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El elefante de Barceló

JORDI PUNTÍ

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Llevo días pensando en el elefante deBarceló. Si no lo han visto o no saben de qué les hablo, deberían acercarse al CaixaForum, en Montjuïc, para ver la exposición que repasa la obra deMiquel Barcelódurante los últimos 26 años (1983-2009). Fuera, antes de entrar, encontrarán un elefante de bronce, de unos ocho metros de altura, que hace equilibrios sobre la trompa. Es un elefante funambulista, que estira las piernas para sentirse más ligero. Las orejas enormes le cuelgan para darnos a entender que la ley de la gravedad no ha desaparecido, y que el mérito de estar bocabajo es exclusivamente suyo. La escultura se llamaGran elefant drety de vez en cuando pienso en ella porque es tentador buscarle una metáfora. Una metáfora grande, claro. ¿Qué representa el elefante, si es que quiere representar algo más allá de sí mismo?

Los elefantes tienen buena memoria, quizá la cosa va por ahí. En los últimos meses, desde que abrió la antológica con gran éxito, he coincidido cuatro o cinco veces con artistas y gente del gremio del arte, y siempre hemos salido a hablar deBarceló. En cada ocasión, también, me ha sorprendido el rechazo que les provocaba el artista. El catálogo de críticas es amplio y previsible: hace años que se repite y es un vendido; gasta una soberbia y una vanidad insoportables -¡argghh, todos esos autorretratos!-; es mentira que en el extranjero sea muy conocido; se cree que es el nuevoPicassoy, de hecho, le rodea una cohorte de aduladores que se lo repiten cada cinco minutos; se suele decir que es un artista que lee, como si fuera el único… Se diría que en el circo del arte contemporáneo sólo hay un artista más denostado:Julian Schnabel.

Lo que haceBarceló me gusta mucho. No todo, claro, pero me paseo por la exposición, disfruto de su mundo y me lleva a lugares donde no he estado nunca. Y no me planteo si está sobrevalorado o no. En los reproches de los colegas, si acaso, yo veo la dialéctica de la envidia. A su manera, todos quisieran obtener el mismo reconocimiento queBarceló, pero mientras no lo consiguen les sale más a cuenta -es más auténtico- criticarle. Quizá por eso el elefante es tan ligero y hace el pino: porque tiene el privilegio de vivir sin un domador que le controla.