La muerte es el pasado
Don DeLillo sigue manteniendo en su última novela, 'Cero K', su capacidad para perturbar al lector de un modo secreto
No está de más recordar que 'Ruido de fondo' estaba estructurada alrededor del miedo a la muerte. La muerte era impar, en el sentido en que lo puede ser un número primo. En la mejor novela de DeLillo se demostraba que todos los relatos están concebidos para hablar de la muerte, para conducirnos a ella, para que reflexionemos sobre quién prefiere morir primero cuando dos personas se aman. En 'Cero K' hay dos personas que se aman -en teoría, dado que en la última etapa de la obra de DeLillo la palabra 'persona' es puramente conceptual- pero ya no temen a la muerte: la tecnología, sólo asequible para los ricos, se ha convertido en el opio que procurará inmortalidad a los que tengan la suficiente
{"zeta-legacy-despiece-vertical":{"title":"'Cero K'\u00a0","text":"Don DeLillo Trad: Javier Calvo 318 p\u00e1ginas 19,90 \u20ac"}}paciencia para resucitar cuando el mundo haya acabado. La diferencia entre 'Ruido de fondo' y 'Cero K' es notable: si en aquella, de tono entre satírico y apocalíptico, el lector juzgaba por sí mismo el inquietante absurdo de una paranoia en forma de nube tóxica, aquí DeLillo construye un personaje que, perdido en el laberinto de las puertas sin nombre, analiza y juzga por nosotros una nueva religión sustentada en la criogenia, la nanotecnología y la promesa de la resurrección.
En cuestión de tono, 'Cero K' sigue la línea, abstracta y experimental, de los últimos libros de DeLillo. Como en 'Punto Omega', su prosa parece traducir el tiempo ralentizado, eterno, atemporal, de '24 Hour Psycho' de Douglas Gordon. Todo ocurriría en un limbo, el desierto de las emociones creado por una secta en forma de corporación clandestina llamada Convergencia, si no fuera porque el protagonista evoca, con su mirada escéptica, a la vez fascinada y condenatoria, la conflictiva relación con su padre, que abandonó a su madre para convertirse en billonario y que ahora se erige en principal defensor de esta cienciología tanática. La probada capacidad de DeLillo para la metafísica visionaria colisiona con el intento de ofrecerle a Jeffrey Lockhart, así se llama nuestro héroe, un arco dramático que el propio dispositivo de la novela obstaculiza. En esa tensión entre lo abstracto y lo figurativo, o entre lo conceptual y lo narrativo, se encuentra el principal desafío del texto; desafío del que, como cabía esperar, el autor de 'Libra' sale victorioso.
Si no fuera por la fuerza poética de la prosa de DeLillo, podríamos decir que 'Cero K' no está tan lejos de un episodio cualquiera de la serie 'Black Mirror'. A punto de cumplir los 80, parece que el escritor norteamericano ya no predice el futuro porque el futuro nos rodea como una mosca moribunda. Está en todas partes, el oficio de vidente cada vez es más difícil. Es posible que la musicalidad de sus aforismos ("La catástrofe es nuestro cuento para irnos a dormir", "¿Está todo el tiempo aún por venir?", "No puedo dejar de ser quien soy y ser nadie?") resulte demasiado familiar, sobre todo para los que los subrayamos con lápiz hace un par de décadas, y que sus obsesiones -la muerte, por supuesto, pero también el terrorismo, la conspiración, el neocapitalismo y el poder hipnótico de las imágenes de desastres- estén demasiado presentes en el mundo que nos acosa. Sin embargo, por mucho que su literatura parezca bañada en nitrógeno líquido, sigue perturbando de un modo secreto, reservado para los que están tocados por el genio.
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