LOS ESTRENOS DE CINE DE LA SEMANA

'Un día perfecto': guardando la ropa

NANDO SALVÀ

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El de la nueva película de Fernando León de Aranoa es uno de esos títulos que deben pronunciarse con retintín. Después de todo se trata de una farsa bélica, que aspira al afilado sentido del absurdo de En tierra de nadie (2001) o el cine de Emir Kusturica y que, más específicamente como M.A.S.H. (1970), identifica el humor negro como herramienta esencial para aquellos que llevan a cabo labores humanitarias en zonas de conflicto, y que mientras arriesgan sus vidas pasan los días sintiéndose frustrados e inútiles frente a los estragos de las minas y las marañas burocráticas.

La jornada que Un día perfecto relata, en efecto, es cualquier cosa menos idílica. Nos encontramos en algún lugar de las montañas balcánicas a finales de 1995. La guerra únicamente ha terminado en los despachos, y la película acompaña a un grupo de cooperantes que hacen cuanto pueden para asistir a unas comunidades locales que los miran con recelo. Un cadáver ha aparecido en el interior de un pozo, y debe ser sacado de allí o los habitantes de la zona dejarán de tener agua potable. A partir de ahí, la búsqueda de una cuerda suficientemente resistente para hacerlo se convierte en una metáfora algo obvia pero sin duda eficaz sobre una situación en la que cualquier intento de mantener las cosas en orden se convierte en una odisea de connotaciones míticas –la leyenda de Sísifo es un claro modelo–, y en vehículo de un retrato de héroes reticentes resignados a poner tiritas sobre heridas de muerte.

EL CINE SOCIAL DE ARANOA / Para trazarlo, decimos, León de Aranoa echa mano de un método que en realidad es recurrente en sus películas. El madrileño hace cine social que deja claras sus opiniones y sus simpatías pero, en todo caso, propone una mirada que toma distancias a través del uso de la ironía. Es una forma de nadar y guardar la ropa que aquí resulta problemática en varios sentidos.

En primer lugar, Un día perfecto muestra un empeño comprensible y admirable por eludir la artificialidad dramática y la manipulación sentimental, hasta tal punto que a menudo se le echan en falta verdadera emoción e identificación con los personajes. Y los esfuerzos de León de Aranoa por reparar esa carencia quedan en evidencia en, por ejemplo, una subtrama romántica que no va a ningún lado. El excesivo cuidado por no pasarse conlleva el riesgo de no llegar, y eso también queda patente en la película en el recurso constante a un humor de ingenio tan autoconsciente que a menudo se olvida de ser humor. Y si, por último, es de agradecer que los diálogos no se excedan verbalizando lecciones morales para la audiencia, la sucesión de analogías y dobles sentidos sardónicos que la película propone a cambio no ofrecen más reflexión que constataciones genéricas sobre el horror de la guerra.