AVANCE EDITORIAL

Los nuevos y viejos personajes de 'Lo que no te mata te hace más fuerte'

EL PERIÓDICO publica en exclusiva extractos de la novela que continúa la trilogía Millennium de Stieg Larsson y que este jueves llega a las librerías de 40 países

Portada en castellano del cuarto volumen de la serie 'Millennium'.

Portada en castellano del cuarto volumen de la serie 'Millennium'. / periodico

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El escritor sueco David Lagercrantz ha dado vida a nuevos personajes en ‘Lo que no te mata te hace más fuerte’, la continuación de la trilogía ‘Millennium’ tras la muerte de su creador, Stieg Larsson, que llega este jueves a las librerías de 40 países. En castellano lo hará de la mano de la editorial Destino (con una tirada inicial de 250.000 ejemplares) y, en catalán, de Columna. Los siguientes extractos de la novela, que EL PERIÓDICO publica en exclusiva, presentan en un avance a los lectores a varios de los antiguos personajes, liderados por la ya icónica ‘hacker’ Lisbeth Salander y por el periodista Mikael Blomkvist, así como al nuevo reparto que protagonizará una intriga que gira en torno a la inteligencia artificial y al tráfico ilegal de información confidencial.

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Las caras ya conocidas

Además de Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander, el lector volverá a encontrar a Erika Berger, al detective Jan Bublanski, ahora ascendido, y a su compañera Sonja Modig, al policía Hans Faste, al fiscal Richard Ekström, al antiguo mentor de Lisbeth, Holger Palmgren, y al ‘hacker’ Plaga, entre otros.

LISBETH SALANDER

“Lisbeth Salander apenas había pegado ojo en una semana, y es probable que no hubiera comido ni bebido lo suficiente. Por eso le dolía la cabeza, le temblaban las manos y sus ojos estaban inyectados en sangre. Tenía ganas de tirar todo su equipo al suelo. Pero en algún rincón de su ser también sentía satisfacción, aunque no por el motivo que Plague y otros de Hacker Republic creían. Estaba contenta porque había averiguado más cosas sobre esa banda criminal a la que investigaba y porque había podido demostrar la existencia de una conexión que solo había sospechado o intuido. Pero eso lo sabía solo ella, y le sorprendía que los demás fuesen tan ingenuos de creer que había entrado en el sistema de la NSA solo porque sí, por la causa.

Ella no era ninguna adolescente que tuviera las hormonas revolucionadas, ninguna idiota en busca de sensaciones fuertes que quisiera lucirse. Si se iba a lanzar a semejante y arriesgada jugada era porque quería algo muy concreto, aunque era verdad que en su día la intrusión informática había sido más que una mera herramienta para ella. Durante los peores momentos de su infancia había sido su forma de huir y de hacer que la vida le resultara un poco menos claustrofóbica. Con la ayuda de los ordenadores pudo derribar las murallas y las barreras que se construyeron para encerrarla y, de ese modo, experimentar episodios de libertad. Seguro que algo de eso aún persistía.

Pero ante todo estaba de caza. Lo estaba desde que se despertó aquella madrugada de ese sueño en el que un puño golpeaba rítmica y constantemente un colchón en la vieja casa de Lundagatan. Y nadie podía decir que la caza fuera fácil. Los enemigos se escondían detrás de cortinas de humo; tal vez por eso Lisbeth Salander se había mostrado inusualmente difícil y seca en los últimos tiempos. Era como si una nueva oscuridad emanara de ella”.

MIKAEL BLOMKVIST

“Mikael Blomkvist no había dormido más que un par de horas, y la culpable no era otra que una novela de Elizabeth George. Toda una insensatez pasarse casi toda la noche en vela leyendo novelas de misterio, pues esa misma mañana el gurú mediático Ove Levin, de Serner Media, le iba a presentar a ‘Millennium’ una propuesta, y Mikael, evidentemente, debía estar descansado y preparado para el combate.

Pero es que no le apetecía ser una persona sensata. Se sentía invadido por un espíritu rebelde, con ganas de llevarle la contraria a todo el mundo, y solo con la ayuda de su fuerza de voluntad, aunque a desgana, consiguió levantarse y se dispuso a preparar un cappuccino muy cargado en su Jura Impressa X7, una máquina que un día llegó a su casa acompañada de una nota («Como dices que no sé usarla bien...») y que ahora presidía la cocina como un monumento en memoria de una época mejor. Ya no sabía nada de la persona que se la había regalado ni se sentía a gusto ni especialmente estimulado por su trabajo.

Ese fin de semana incluso se había llegado a plantear si no debería dedicarse a otra cosa, una idea bastante drástica para alguien como Mikael Blomkvist, pues Millennium era toda su vida y a ella se había entregado en cuerpo y alma. Además, casi todo lo mejor y lo más emocionante de su existencia había estado vinculado a esa revista. Pero nada era para siempre; ni siquiera, tal vez, el amor que sentía por ‘Millennium’. A eso había que añadir que no corrían buenos tiempos para el periodismo de investigación.

Entró en el salón dando pequeños sorbos al café y posó la mirada sobre la bahía de Riddarfjärden. Un tremendo temporal parecía haberse desatado allí fuera. Mikael no había salido en todo el fin de semana. Aunque, a decir verdad, el clima no había sido el único responsable: había estado ocupado diseñando un plan de venganza, con grandilocuentes discursos contra el grupo Serner. Sin embargo, todo se quedó en agua de borrajas, algo que no era muy propio de él. Ni lo uno ni lo otro.

Él no era ningún tipo acomplejado que acusara una constante necesidad de devolver el golpe, y, a diferencia de tantos otros elefantes del mundillo mediático nacional, no tenía de sí mismo una imagen inflada y desmedida que hubiera que alimentar y que necesitase reafirmar incesantemente. Por otra parte, había pasado por unos años difíciles, y hacía apenas un mes que el reportero de economía, William Borg, le había dedicado en la revista Business Life –propiedad del grupo Serner– una columna titulada ‘La época de Mikael Blomkvist ha terminado’”.

PLAGUE

“Plague vivía en Högklintavägen, Sundbyberg, una zona con grises bloques de apartamentos de cuatro plantas que estaba a años luz de ser glamurosa. Acerca de la vivienda tampoco se podían decir muchas cosas buenas, y no solo porque oliera a tigre. Sobre su mesa de trabajo campaban a sus anchas, aparte de unas cuantas tazas de café sin fregar, todo tipo de desperdicios: restos de comida de McDonalds, latas de Coca-Cola vacías, hojas de papel arrugadas, migas de galletas y bolsas de golosinas, también vacías.

Plague era un chico que, incluso en circunstancias normales, no tenía por costumbre ducharse o cambiarse de ropa con excesiva frecuencia. Vivía única y exclusivamente delante de su ordenador, y hasta cuando tenía menos trabajo presentaba un aspecto lamentable: obeso, abotargado y desaliñado, aunque con cierta intención de haberse querido dejar una estilosa perilla. No obstante, hacía ya tiempo que esa perilla se había convertido en un deforme arbusto. Plague era grande como un gigante y caminaba algo encorvado, y al moverse solía jadear y resoplar. Pero había otros territorios en los que se desenvolvía con mayor facilidad. 

Delante del ordenador, era un virtuoso que volaba libremente por el ciberespacio. En la red era tan ligero y ágil como pesado y torpe lo era en el otro mundo, el más tangible”.

JAN BUBLANSKI

“Jan Bublanski ansiaba tener un día libre para poder mantener una larga conversación con el rabino Goldman, de la congregación de Södermalm, sobre ciertas dudas relacionadas con la existencia de Dios que ya hacía tiempo que le atormentaban.

No es que fuera camino de convertirse en ateo, en absoluto, pero el propio concepto de divinidad se le antojaba cada vez más problemático. Por ello necesitaba comentarlo, así como también esa sensación que le asaltaba últimamente de que nada tenía sentido, e incluso los sueños que albergaba de dejar el cuerpo de policía y cambiar de vida.

Jan Bublanski se consideraba un buen investigador de homicidios; su porcentaje de crímenes resueltos, visto en conjunto, resultaba extraordinario, y de vez en cuando aún podía sentirse estimulado por su trabajo, pero no estaba seguro de que quisiera seguir dedicándose a investigar asesinatos el resto de sus días. A lo mejor debería reciclarse, ahora que aún se hallaba a tiempo. Soñaba con dar clases y ayudar a que la gente joven creciese y aprendiera a confiar en sí misma, quizá porque él mismo se sumía con cierta frecuencia en la más profunda de las dudas sobre sus propias capacidades. Pero si tuviera que dedicarse a la docencia no sabría qué enseñar, pues Jan Bublanski nunca había adquirido unos conocimientos muy sólidos en otra materia que no perteneciera a su ámbito profesional; su saber se limitaba a aquello con lo que había tenido que lidiar en la vida: la muerte violenta y las siniestras perversiones del ser humano. Y esos eran unos campos sobre los que, definitivamente, no quería dar clase”.

HOLGER PALMGREN

“Holger Palmgren era un abogado jubilado que había ejercido de tutor de Lisbeth durante mucho tiempo, desde que la niña cumplió 13 años y estaba ingresada en la clínica psiquiátrica de Sankt Stefan, en Uppsala. En la actualidad, Holger era un viejo achacoso que había sufrido dos o tres derrames cerebrales. Hacía años que no se podía mover sin un andador, y a veces ni con él. 

La parte izquierda de la cara le colgaba un poco y su mano izquierda había quedado prácticamente inmovilizada. Pero su cerebro seguía estando lúcido y su memoria continuaba siendo extraordinaria, siempre y cuando se tratara de recuerdos que se remontaran a bastante atrás y que, sobre todo, tuvieran que ver con Lisbeth Salander. Nadie conocía a Lisbeth como él”.

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Los nuevos personajes

Entre los nuevos personajes destacan Ed the Ned, jefe de seguridad de la estadounidense Agencia de Seguridad Nacional (NSA), Frans Balder, profesor sueco de ciencia informática que ha regresado a casa desde Silicon Valley, y Gabriella Grane, una joven de clase alta que trabaja en el servicio de seguridad sueco.

OVE LEVIN

“Los representantes de Serner –en especial el director de publicaciones, Ove Levin– habían asegurado que el grupo necesitaba un producto de prestigio, que «todos» sus directivos admiraban a Mikael y que lo único que pretendían era que la revista siguiese en la misma línea. «¡No estamos aquí para ganar dinero!», como decía Levin. «Queremos hacer algo importante». Y enseguida se encargó de que Millennium recibiera una considerable aportación económica. 

Y, en efecto, en un principio Serner no se inmiscuyó en la línea editorial de la redacción, que continuaba como de costumbre, e incluso con un presupuesto algo mayor. Una nueva sensación de esperanza se apoderó de todos ellos; incluso, eventualmente, de Mikael Bomkvist, quien sentía que, por una vez, podía dedicarse al periodismo en lugar de preocuparse por los asuntos económicos. Pero más o menos durante los meses en que empezaron a ir a por él en los medios –nunca dejaría de sospechar que el grupo se aprovechó de la situación– hubo un cambio de actitud y aparecieron las primeras presiones”.

FRANS BALDER

“Frans Balder siempre se había considerado un pésimo padre. A pesar de que August ya tenía ocho años, Frans apenas había intentado asumir su papel, y lo cierto es que tampoco ahora se sentía muy cómodo con su cometido. Pero era su deber, así lo veía él. El chico lo estaba pasando mal en la casa de su exmujer y de ese maldito novio suyo, Lasse Westman.

Por ese motivo, Frans Balder había dejado su trabajo en Silicon Valley y había regresado a su país. Justo ahora se hallaba en el aeropuerto de Arlanda, prácticamente en estado de shock, esperando un taxi en la calle. Hacía un tiempo infernal. La lluvia y las violentas ráfagas de viento de la tormenta le azotaban la cara mientras, por enésima vez, se preguntaba si habría tomado la decisión correcta. Aunque se contaba entre los tipos más ególatras del mundo, se iba a convertir en padre a tiempo completo: una auténtica locura. Como si se le llega a ocurrir trabajar en el zoo, ¿qué más le daba?

AUGUST BALDER

“August era autista. Quizá también retrasado, aunque respecto a ese tema, curiosamente, nadie había emitido un diagnóstico definitivo. De hecho, al verle de lejos, uno podía pensar que ese no era su caso: su exquisito y concentrado rostro irradiaba una nobleza digna de un rey o, al menos, un aura que manifestaba que no merecía la pena preocuparse por el mundo circundante. Pero al contemplarlo de cerca se podía apreciar que su mirada estaba cubierta por un fino velo que lo separaba de la realidad; por si fuera poco, aún no había llegado a pronunciar su primera palabra. Con eso contradijo todos los pronósticos que le hicieron cuando contaba dos años de edad”.

HANNA BALDER 

“Hanna Balder se encontraba en la cocina de su casa de Torsgatan fumando un Camel sin filtro. Llevaba puesta una bata azul y unas desgastadas zapatillas grises, y aunque su cabello era abundante y bonito y ella todavía se podía considerar una belleza, se la veía desmejorada: sus labios estaban hinchados y el excesivo maquillaje que rodeaba sus ojos no solo tenía un objetivo estético. Hanna Balder había recibido una nueva paliza.

De hecho, Hanna Balder recibía frecuentes palizas. Como es lógico, sería una mentira decir que estaba acostumbrada; nadie se acostumbra a ese tipo de maltrato. Pero era parte de su día a día y apenas se acordaba ya de la persona alegre que una vez fue. Ahora el miedo formaba parte de su personalidad, y desde hacía tiempo fumaba 60 cigarrillos al día y tomaba tranquilizantes”.

EDWIN NEEDHAM O ED THE NED 

“Edwin Needham, o Ed the Ned, como le llamaban a veces, no era el técnico de seguridad informática mejor pagado de Estados Unidos, pero puede que fuera el mejor y el que más orgulloso estaba de su trabajo.

La infancia de Ed le había allanado el camino a una posterior vida llena de problemas: ya en su adolescencia se unió a unos chicos que se hacían llamar The Fuckers, una banda que inspiraba auténtico terror en Dorchester y que se dedicaba a pelearse con otras bandas, así como a cometer robos y atracos en tiendas de alimentación.

El aspecto de Ed tenía ya a una temprana edad un aire algo hosco y brutal al que no ayudaba el hecho de que nunca sonriera y de que le faltaran dos dientes en la encía superior. Era alto y corpulento, y nada ni nadie le asustaba. Solía ir con la cara llena de cicatrices, consecuencia de reyertas, de alguna que otra pelea con su padre o de una batalla campal entre bandas. La mayoría de los profesores del colegio le tenían pánico. Todo el mundo estaba convencido de que ese chico acabaría en la cárcel o tirado en cualquier cuneta con una bala en la cabeza. Pero hubo personas que empezaron a preocuparse por él, tal vez porque habían descubierto que tras esos ojos azules había algo más que agresividad y violencia. 

Un profesor de física apellidado Larson, de origen inconfundiblemente sueco, se percató de lo bien que se le daba a Ed todo lo relacionado con la tecnología, y, tras estudiar su caso –con la participación de los servicios sociales–, se le concedió una beca y tuvo la posibilidad de cambiarse a otro colegio donde había alumnos más motivados.

Ed empezó a destacar en sus estudios y a recibir más becas y condecoraciones, y acabó siendo admitido en el Departamento de Ingeniería Eléctrica y Ciencias de la Computación del Instituto Tecnológico de Massachusetts, el MIT, lo cual, teniendo en cuenta las expectativas iniciales, debía considerarse un pequeño milagro. Su tesis doctoral versó sobre ciertos peligros específicos relacionados con los nuevos criptosistemas asimétricos, como el RSA. Luego siguió ascendiendo a posiciones de alto rango en Microsoft y Cisco antes de ser reclutado finalmente por la Agencia Nacional de Seguridad, la NSA, en Fort Meade, Maryland”.

GABRIELLA GRANE 

“Nadie entendía cómo Gabriella Grane había acabado en la Säpo, ni siquiera ella misma. Era la típica chica a la que todo el mundo le había vaticinado un futuro brillante, y el hecho de que ahora tuviera 33 años, de que no fuera ni rica ni famosa y de que tampoco se hubiera casado –ni con un rico ni con nadie– preocupaba a sus viejas amigas de Djursholm.

–¿Qué te ha pasado, Gabriella? ¿Vas a ser poli el resto de tu vida?

La mayoría de las veces no tenía ganas de discutir ni de llamarles la atención sobre el hecho de que ella no era policía sino analista, ni de recordarles que había sido elegida a dedo por sus superiores y que, en la actualidad, escribía textos de mucho mayor calibre que los que en su día escribió en Asuntos Exteriores o durante sus veranos como editorialista de Svenska Dagbladet. Además, de todos modos no le estaba permitido hablar de casi nada de lo que hacía, así que mejor callarse y pasar por alto todas esas ridículas obsesiones por el estatus; lo único que podía hacer era aceptar que un empleo en la policía de seguridad se consideraba caer en lo más bajo entre sus amigos de la clase alta, y mucho más, claro está, entre sus amigos intelectuales”.

ANDREI ZANDER 

“Andrei Zander tenía 26 años y era el colaborador más joven de la redacción. Empezó haciendo prácticas en la revista y se quedó, unas veces –como ahora– haciendo sustituciones y otras como freelance.

Trabajaba fantásticamente en equipo, algo que le venía de perlas a la revista, aunque no tanto a él. No en la dura realidad del periodismo. El chaval no tenía la suficiente vanidad para hacerse un hueco en ese mundillo, y eso que no le faltaban motivos. Físicamente se parecía a un joven Antonio Banderas, y su cabeza funcionaba con más agilidad que la de la mayoría. Pero no estaba dispuesto a realizar cualquier cosa para abrirse camino. Solo quería hacer buen periodismo, y Millennium le entusiasmaba”.

ALONA CASALES 

“La que llamaba era Alona Casales, de la NSA de Maryland. La última vez que se vieron –en un congreso, en Washington D.C.– Alona era una carismática conferenciante experta en lo que ella llamaba con un ligero eufemismo «inteligencia de señales», es decir, hacking. Después, ella y Gabriella pasaron un rato juntas tomando una copa. Gabriella se había quedado hechizada en contra de su voluntad. Alona fumaba puritos y poseía una voz profunda y sensual con la que le gustaba expresarse en contundentes frases, cortas y agudas, a menudo con connotaciones sexuales. Contaba 48 años de edad y era una mujer alta y sin pelos en la lengua, con un busto imponente y unos ojos pequeños e inteligentes que podían provocar inseguridad en cualquiera. A menudo parecía atravesar a las personas con su mirada, y nadie podía afirmar que manifestara un excesivo respeto hacia sus superiores. Ponía firme a quien hiciera falta, aunque se tratara del mismísimo ministro de Justicia en una de sus visitas”.

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