CRÓNICA

Un trepidante Theremin en el Mercat de Vic

'Leon', el homenaje de The Pinker Tones y el Quartet Brossa al inventor ruso, intrigó y emocionó en la muestra musical de Vic, que acogió sustanciosos estrenos de Joan Colomo y Clara Peya

'Leon', con The Pinker Tones y el Quartet Brossa, en Vic

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Jordi Bianciotto

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Toda una vida en 45 minutos de ciencia y romance, espionaje, gulag, redención y crepúsculo. Así de trepidante resultó ‘Leon’ (versión condensada), el espectáculo con el que The Pinker Tones y el Quartet Brossa rinden honores al inventor ruso Léon Theremin (1986-1993). Estreno, este jueves en el Atlàntida, que marcó uno de los puntos álgidos de este 30º Mercat de Vic, programa enriquecido por primicias como las de Joan Colomo y Clara Peya.

‘Leon’ se articula en torno a tres movimientos asociados a la vertiginosa vida del inventor del primer instrumento electrónico, el theremín. En el inicial, el de la juventud, hubo un dinámico tránsito desde la sobriedad clásica de las cuerdas (y las voces del Quartet Mèlt) hacia las tramas electrónicas retrovanguardistas, y un estallido de luminosidad en ‘Lavinia’, pieza muy pop cantada (en inglés) por Salva Rey. La aparición de Toni Mira, bailando claqué en ‘Life in New York City’, subrayó ese momento de esplendor previo al inminente giro fatal.

Fantasmal y acogedor

Los años del gulag, adonde Theremin fue a parar acusado de espionaje por el KGB, trajeron sonoridades más siniestras (‘Welcome to Siberia’), con un receso de melancolía en ‘Snow’, que Salva cantó a la guitarra, acompañado de las fantasmales, aunque acogedoras, notas ululantes emitidas por el señor thereminista, Víctor Estrada. De ahí a un dramatismo maquinal muy constructivista (‘Life in the gulag’) y a un tercer movimiento que recogió la rehabilitación de Theremin hasta su muerte, con una reflexión final de los dioses sobre su agitada existencia.

Un espectáculo que transmitió excitación y angustia, un tenue sentido del humor y sentido de la aventura, tras el cual, en la Carpa Negra, Joan Colomo destapó su disco antimaterialista ‘L’oferta i la demanda’. Ingeniosas canciones pop con más sintetizadores de lo habitual, manejados por el ex’surfing sirle’ Guillem Martínez, que aunque se tiñan un poco de electrónica alemana (aires de Kraftwerk en ‘Esclat etern’) no dejan de transmitir vulnerabilidad anímica: ahí estuvieron la desarmante ‘La redistribució de la riquesa’ y el feliz desvarío de ‘Ritme pervers’.

Y luego, Clara Peya y su ‘Estómac’. Una vez más, fundiendo la contundencia ideológica (la “deconstrucción del amor romántico”) con la extrema sensibilidad de un cancionero que parece diseñado para un musical teatral, rico en cambios estéticos, con diálogos vocales (rapeados de Peya desde el piano, en contraste con el lirismo de  Magalí Sare) y secuencias cautivadoras con picos de épica. Otra obra de alto calado emocional y conceptual por parte de una artista que va ampliando públicos, como certificó el lleno y las colas registrados en el auditorio del Atlàntida.