CRÓNICA

Un desinhibido Cassavetes en el Lliure

Jan Lauwers estrena en España con buena acogida 'Beguin the beguine', montaje de gran carga sexual sobre un guión del cineasta

Un momento de la obra 'Begin the beguine', que acoge el Lliure.

Un momento de la obra 'Begin the beguine', que acoge el Lliure.

César López Rosell

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Expectación en el Lliure con el estreno en España del montaje de 'Beguin the beguine', último guión del cineasta independiente John Cassavetes. Jan Lauwers (Amberes, 1957), ausente durante siete años de los escenarios barceloneses y admirador del actor y director norteamericano, ha asumido la responsabilidad de llevar la pieza al teatro. Esta comedia negra amoral y que roza lo políticamente incorrecto en los tiempos del auge del movimiento #MeToo contra el acoso sexual, llega 30 años después de haber sido escrita y acusa un poco el paso del tiempo.

La lectura del director flamenco, llena de un sarcástico humor del absurdo que ayuda sobrellevar los momentos más incómodos de la acción, sostiene una dramaturgia no siempre bien resuelta, sobre todo por la sensación de reiteración de las escenas que ejecuta un implicado cuarteto de desinhibidos intérpretes.

Espléndidos actores

Eros y Tánatos, pero especialmente el sexo, presiden una trama que surge de personajes ubicados en lo más oscuro y marginal de la sociedad de su tiempo. La mano del autor de filmes como 'Gloria', 'Opening night' o 'Corrientes de amor', con una escritura de trazo ágil y preciso, se complementa con el dominio del espacio escénico del multidisciplinar Lauwers, que apoya las acciones con proyecciones que ayudan a reflejar el mundo de las fantasías que viven los protagonistas, encarnados por un espléndido Gonzalo Cunill (Gito Spaiano, un hombre de mundo) y un sólido Juan Navarro (el cambiante Morris Wine).

Ellos son dos amigos que ya lo han vivido todo y que han decidido encerrarse en un apartamento para apurar su existencia practicando el sexo hasta la muerte. Durante su estancia van llamando a prostitutas para que satisfagan sus placeres sexuales, pero también para que ellas les ayuden a buscar respuestas respecto al amor ("un fantasma", según Gito) y a una insatisfecha necesidad no solo de ternura sino también de comprensión a sus disquisiciones filosóficas. Las diferentes mujeres son maravillosamente interpretadas con una radical libertad escénica por Inge van Bruystegem y Romy Louise Lauwers, hija del director.

Ellas van a cumplir con lo suyo sin buscar otras implicaciones, pero acaban demostrando que son mucho más fuertes y enteras que unos clientes acechados por el peso de la hecatombre personal de sus vidas. Cassavetes, sin entrar en análisis profundos de los comportamientos de unos y otros, no deja de reflejar el rotundo fracaso de esos hombres situados en un especie purgatorio donde intentan un patético volver a empezar como la canción de Cole Porter.

Una muestra de la desinhibición que despliegan los intérpretes a lo largo de la función aparece al inicio de la función cuando los cuatro aparecen desnudos en la plateas y tras desfilar alegremente por los pasillos de la Sala Fabià Puigserver suben a escena. Allí juegan tanto con la precisión y ritmo de sus coreografías como los sugerentes cambios de vestuario. La utilización del castellano, francés e inglés, en función de los personajes de la trama, es otro acierto de la puesta en escena de Lauwers. El debate de los espectadores al final de la representación dejó claro que la pieza, al margen de las diferentes valoraciones, no dejó indiferente a nadie.