CRÓNICA

Rozalén, buscando la luz

La cantautora albaceteña se puso en el bolsillo al público del Palau con el colorista repertorio de 'Cuando el río suena...'

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Jordi Bianciotto

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María de los Ángeles Rozalén ha demostrado que conseguir lo imposible puede ser algo más que un lema de autoayuda. Su carrera, desde el humilde circuito de clubs de cantautores hasta el ‘star system’ y los duetos con Alejandro Sanz, ha roto barreras con rapidez estableciendo una vibrante relación con su público, como pudimos observar en el eufórico y generoso recital del Palau, dentro del festival Guitar BCN.

Su cancionero transmite luminosidad a través de moldes de composición muy variados, con la herencia de géneros populares y vistas a Latinoamérica, y todo ello lo envuelve con justicia poética y defensa de causas elevadas (memoria histórica, lucha contra el cáncer, feminismo) y lo sirve con una sonrisa así de grande. Y se siente tan bien en el escenario que, entre sus parlamentos sobre los desaparecidos en la Guerra Civil, las anécdotas con Kevin Johansen y los diálogos con los 15 niños que hizo subir a escena, sus recitales pueden estirarse hasta superar las dos horas y media. Y con solo tres discos.

Buenas intenciones

Las canciones del tercero, ‘Cuando el río suena…’, marcaron la pauta acudiendo a tejidos acústicos y ganchos pop, desde el “portazo contra la violencia machista” de ‘La puerta violeta’ hasta ese desamparado ‘Antes de verte’ que compartió con Guiu Cortés, el Niño de la Hipoteca. A su lado, como es costumbre, Beatriz Romero trasladó al lenguaje de los signos cada palabra y cada verso de la cantante en todo un espectáculo coreográfico paralelo. A Rozalén no le importa compartir foco. Y sus efervescentes recitales tienen algo de festival de las buenas intenciones y de ágora por un mundo mejor.

Su largo repertorio resultó, eso sí, algo irregular, salpicado por estribillos simpáticos de calado incierto, aunque hubo sustancia en la abolerada ‘Berlín’ o en el halo mágico de la circense ‘Las hadas existen’. Rozalén ofreció un canto natural, sin impostaciones, bonito y liviano, que se creció en la intimidad de ‘La belleza’ (Aute) ‘Volver a los diecisiete’ (Violeta Parra). Y moviéndose de la rumba a la ranchera, y de ahí al pop de ‘Comiéndote a besos’, la albaceteña salió poco menos que a hombros del Palau, luciendo hasta el final una espontaneidad que forma parte del mensaje.