CONCIERTO DE LA VOZ DE 'YO SOY AQUEL'

Raphael, con el infinito como único límite

El cantante de Linares sació a sus seguidores en un arrollador concierto en el Palau Sant Jordi dentro de la gira 'Loco por cantar'

Raphael mostrando su energía y vitalidad sobre el escenario.

Raphael mostrando su energía y vitalidad sobre el escenario. / periodico

Jordi Bianciotto

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Raphael corregido y aumentado, llevando hasta el límite expresivo esos ‘Infinitos bailes’ a los que alude en su último disco, triturando el repertorio de hipérboles que ofrece el diccionario y brindándose en versión ‘turbo’ a un Palau Sant Jordi que, como hace un año, le rindió todos los honores. Un nuevo episodio imperativo, este viernes, para el cantante de Linares, que exhibió un poderoso fuelle vocal a juego con el grosor rockero del que ha querido dotar a muchos de sus clásicos.

Una introducción instrumental de tacto directamente metalero precedió a unos ‘Infinitos bailes’ en los que Raphael confió en disponer de “tiempo para reparar nuestros desastres”. Entrada en escena épica, vestido como siempre de negro, alzando los brazos ante unas gradas en pie. El Sant Jordi, en formato de anfiteatro, con unas 6.000 personas. Y una sucesión de salvas marciales para encauzar la noche, coronadas por ese ‘Igual (Loco por cantar)’ que ha dado título a esta gira y en el que Diego Cantero, su autor, se las ha arreglado para meterse en la cabeza del ídolo casando su ‘crescendo’ victorioso con toda una exhibición de excesos líricos: “Lloremos ahora como niños, después riamos hasta enloquecer”.

Camino de la “gran noche”

Raphael, ese cantante que nunca ha necesitado componer canciones para ser un artista, sigue quemando la vida, vaciándose en cada concierto y ampliando repertorio con nuevos hallazgos. Pero él no es de los que escatiman sus éxitos al público. “Yo sé muy bien a qué han venido”, apuntó con un tono afectado, como siguiendo un guión. “Un año más en Barcelona, y otro más, y otro más”. Ya son 56, según sus cálculos. Y otras tantas veces que habrá cantado hitos como ‘Mi gran noche’, revolucionado ahora por una guitarra ‘heavy’ que quizá haría fruncir el ceño a Adamo, su autor.

Raphael sigue quemando la vida, vaciándose en cada concierto y ampliando repertorio con nuevos hallazgos

Raphael, siempre en su mundo, destacando la luz por encima de la tiniebla en ‘Digan lo que digan’ (“son muchos, muchos más, los que perdonan / que aquellos que pretenden a todos condenar”), poniéndose estupendo en ‘Provocación’ y recordando cómo pasó “de la niñez a los asuntos” en ‘Volveré a nacer’, uno de los clásicos de Manuel Alejandro.

El enunciado de ese “Raphael de siempre” bien se puede aplicar también a su público, repetidor en un alto porcentaje, con tendencia a la edad madura pero tan fogoso como el adolescente. ‘Yo sigo siendo aquel’, ‘Maravilloso corazón’ y esa otra, ‘Cada septiembre’, que hoy bien podría inspirar acusaciones de acoso sexual.  “Yo soy el loco que pasea por tu calle, / que cuando menos te lo esperas aparece, / que gana tiempo para ver cómo apagas la luz, / antes de ir a dormir”. ¿Da ‘yuyu’?

Tango otoñal

En otro extremo, tras ‘Estuve enamorado’, con su introducción de ‘Day tripper’, de los Beatles, Raphael se metió en un pasaje de tintes intimistas, de genio, figura y simulacro de proximidad. Ahí dio a ‘Gracias a la vida’, de Violeta Parra, el enfoque más triunfalista de su historia, todo gesto y engolamiento vocal, convirtiendo al guitarrista en un liliputiense, y para entablar amistad con el fantasma de Carlos Gardel, cuya voz sonó enlatada, cruzándose con la suya, en el tango crepuscular ‘Volver’. Momento de simpatía mexicana en ‘Fallaste corazón’.

Raphael romántico, autobiográfico, hipertenso, deleitándose en su eterno papel de plantar cara al destino y enamorado de su reflejo en las caras de sus admiradores. Sumido en un carrusel final de emociones en el que rodaron sus éxitos pendientes, de ‘Estar enamorado’ a ‘En carne viva’, y de ahí a un huracanado ‘Escándalo’, la eurovisiva ‘Yo soy aquel’ y ‘Como yo te amo’. El signo de infinito, envolviendo metafóricamente el recital, rozando las dos horas y media, y señalizando el horizonte como único límite que Raphael es capaz de tolerar.