CRÓNICA DE ÓPERA

Boadella lanza la piqueta contra Picasso en 'El pintor'

Mucha brocha gorda y ninguna reflexión seria sobre el hecho artístico en 'El pintor', ópera estrenada en los Teatros del Canal de Madrid de la que el dramaturgo firma el libreto y la puesta en escena

Un momento de la representación de 'El pintor'

Un momento de la representación de 'El pintor' / periodico

Rosa Massagué

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Descabalgar del pedestal a un mito tiene siempre su público. Cuanto más grande es el mito y más destructora y chata la piqueta, mayor es el aplauso. Lo comprobó Albert Boadella el jueves en Teatros del Canal llevándose las mayores ovaciones al final del estreno de la ópera 'El pintor' de la que firma el libreto y la puesta en escena, con música de Juan J. Colomer. El objetivo de la demolición es Picasso.

Boadella describe al pintor malagueño como a un vendido que prostituye su arte por dinero y fama. Le acusa de haber destruido la pintura, de haber inventado el mercado estratosférico del arte, de haber pintado "mierda" y de ser el padre de los grafiteros. Mucha brocha gorda y ninguna reflexión seria sobre el hecho artístico.

Pero como de teatro Boadella sabe un montón, su ópera está montada sobre una dramaturgia bien trabada. Un joven Picasso llega a París muerto de hambre y frío. Ve como los ancianos Monet y Renoir siguen gozando del aplauso del público sin que a él nadie le haga caso. Conoce a Fernande, vive la bohemia y se coloca inhalando éter. Se le aparece Mefistófeles, 'Mefis', al que entrega su alma. Llegan el dinero, la fama y las mujeres. Nace "el macho pintor" que esgrime constantemente un pincel de grandes dimensiones como símbolo de su masculinidad.

Un Picasso anciano descubre que está muerto, que se ha acabado su contrato con Mefis. Surgen Velázquez y el jefe de una tribu. El primero le acusa de ser un Atila en miniatura que por allí donde ha pasado no crece la pintura. El segundo, de haber insultado el arte africano. Cuando parece el final de la ópera, hay un regreso a la bohemia de la juventud, al momento en que se ha rendido a los efectos del éter. Fernande le despierta. Empieza la carrera que ha vivido en la alucinación.

La obra dividida en tres actos tiene buen ritmo en los dos primeros y el desarrollo está aderezado con las intervenciones del coro y de un cuerpo de baile con coreografía de Blanca Li. Sin embargo 'El pintor' tiene un problema de duración. Son dos horas y 40 minutos con dos entreactos. El segundo descanso, en el que hubo algunas deserciones, parece innecesario a menos que se trate de dar un descanso vocal al protagonista que está todo el rato en escena, cantando casi siempre en la zona más aguda de la tesitura de tenor.

Libreto muy mejorable estilísticamente

Musicalmente, la partitura de Colomer se mantiene en la tonalidad y la convencionalidad. Música y libreto no parecen un todo que, tratándose de ópera, es lo que debería ser. Una y otro van por unas vías paralelas que no acaban de encontrarse. El libreto, el primero que escribe Boadella, es muy mejorable estilísticamente. Abundan los ripios en la mejor tradición de los 'rodolins' con un vocabulario poco creíble en muchas ocasiones.

El tenor Alejandro del Cerro (fue Nearco en el reciente 'Poliuto'’ del Liceu) canta el extenuante papel del pintor sin desfallecer en los numerosos agudos. Le acompañan Josep Miquel Ramon (Mefisto), Belén Roig (Fernande), Toni Comas (Apollinaire/Velázquez), Cristina Faus (Gertrude Stein) e Iván García (El jefe de la tribu). La coreografía es de Blanca Li, y el vestuario, de Mercè Paloma. La orquesta es la titular del Teatro Real y el coro, el de la Comunidad de Madrid bajo la dirección de Manuel Coves quien en ocasiones daba demasiado volumen al foso en detrimento de algunas voces que superaban con dificultades la barrera orquestal.

Y la última gracieta de Boadella. Al final de la representación, antes de comerse el mundo, el artista renuncia a su apellido Ruiz por el de… Nicasso.