CRÓNICA

'Belgian rules', colosal y bizarro fresco de Bélgica

El Lliure ovaciona el irónico y abrumador montaje de Jan Fabre dedicado a su país, dentro del Grec

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Imma Fernández

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Cuatro horas de un trago, sin pausa -aperitivo del maratón de 24 horas del ‘Mount Olympus’ que vendrá en junio-, que acabaron con la ovación del Lliure. ‘Belgian rules/Belgium rules’ es el colosal y bizarro festín de Jan Fabre a la salud de su estimado país, “absurdo y surrealista, de Monty Python”, sobre el que vierte su crítica, ironía, subversión, humor y mala baba. Paródico y lúcido, el creador belga dibuja, junto a una parte más carnavalesca y lúdica –con desfile de comparsas y ‘majorettes’-, un monumental y fascinante fresco coreográfico. La subyugante belleza plástica, con recreaciones de pinturas,  que persigue en sus montajes.

No hay límites para el bestial imaginario del aclamado director y artista visual, que esta vez pone patas arriba la idiosincrasia y contradicciones de su patria; las tradiciones y absurdas normas, con las que lleva a la extenuación a su estelar elenco. Fabre fustiga a su pueblo pero también a los 15 actores y bailarines (“guerreros de la belleza”, los llama él y así los trata) que repiten en agotador movimiento hasta cuatro veces listas de normas que obligan y prohíben, y una última esperanzadora ristra de permisiones (“se puede ser belga”, “se puede hacer lo que sea mientras los otros no miran”). Es la belleza y fatiga de la repetición, dice, y con ella fustiga también al público.

Antes, al inicio, un genial borracho advierte de que la cosa no va de nacionalismos –con guiño a la platea catalana- sino de ausencia total de nacionalismos. Este pequeño reino donde cohabitan flamencos, valones y germanófonos es el país de la cerveza –hay 12.000 marcas-; de la afición a las palomas y de los erizos, porque se dice que los belgas esconden un lado más dulce bajo sus aparentes púas.

Vorágine de imágenes

El espectador entra fácilmente en el juego de máscaras y la vorágine de imágenes y referencias (aunque se pierda en algunas). Vía crucis de penitentes cargando cajas de cerveza, calaveras danzantes, el poético esfuerzo de un ciclista bajo la lluvia (Eddy Merckx)… Risas y emoción. Rock y Jacques Brel (‘Le plat pays’). No falta el espíritu provocador de siempre, con escenas impactantes como la de los incensarios humeantes bajo las partes nobles desnudas de los artistas; masturbaciones y una mujer orinando (con truco) “el líquido sagrado”. Todo cabe en un país cuyo mayor orgullo es “un niño tocándose el pito”.

René Magritte, Rubens, la pederastia, la industria armamentística, la iglesia… Tras el abrumador chaparrón visual, pasadas dos horas largas, Fabre se pone muy serio (recordando la guerra química en Ypres en 1914) y algunos espectadores aprovechan para el ‘break’ (permitido). Pero Fabre no da tregua. Habla del teatro de la crueldad y del teatro de la imagen –que "aunque no puede salvar al mundo, ayuda a soportarlo"-, y de un país que es una “obra maestra de la comedia”, como es esta ‘Belgian rules’.

Al final, el erizo Fabretras haber mostrado sus púas, enseña su lado más tierno y conciliador, con sus guerreros, en otro titánico y excesivamente repetitivo ejercicio, blandiendo las banderas de la pluralidad nacional y de la paz.