CRÍTICA DE CINE

'Casi 40': radiografía nostálgica de una generación

La película de David Trueba se debate entre la frescura de la propuesta y el anquilosamiento de unas líneas de diálogo demasiado bien escritas para ser lanzadas de manera natural

Beatriz Martínez

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Cuando David Trueba firmó su ópera prima en 1996, La buena vida, se dijo de ella que estaba recorrida por un aire afrancesado. Ahora se definiría probablemente como una coming-of-age nostálgica. Y es que aquellos niños que fueron en su momento Lucía Jiménez y Fernando Ramallo llevaban incrustada en su mirada la semilla de la melancolía. La crisis económica todavía parecía lejana, pero ese desamparo y la súbita pérdida de protección que sufre el protagonista ya parecía un signo premonitorio del destino que correría en el futuro.

Ahora el director vuelve a echar mano de esos mismos actores para simbolizar el desencanto de una generación cuyos sueños se han quedado perdidos por el camino. Ya no hay referencias a la cinefilia francesa, ahora los personajes no tienen más remedio que conformarse con aquello que les ha tocado vivir. El director utiliza un dispositivo tan sencillo como efectivo, el de una road-movie por los pueblos de España que sirve para contraponer los caracteres y las distintas formas de entender la vida de ambos personajes. Entre la nostalgia del ayer y el conformismo de un presente sin muchas opciones discurre una película de tono amable y trasfondo reflexivo que se debate entre la frescura de la propuesta y el anquilosamiento de unas líneas de diálogo demasiado bien escritas para ser lanzadas de manera natural.

Además del romanticismo crepuscular que impregna la película, resulta realmente asombrosa la manera en la que el director integra una serie de actuaciones musicales en momentos clave de la película (algo que también ha practicado su sobrino Jonás) que sirven para contar a través de las letras y su representación escénica no solo el devenir, sino también las emociones de los personajes a lo largo del tiempo. Y es que la película se hace grande en los momentos de intimidad, cuando Lucía Fernando se muestran vulnerables y desnudos y se olvidan de teorizar. Cuando las lecciones dan paso a las emociones en estado puro y a los sentimientos de fragilidad humana.