'Burning': Alumbrar la oscuridad

Puede que, en su momento, Lee Chang-dong no fuera considerado como el más célebre de los directores pertenecientes a la gran explosión que vivió el cine surcoreano a principios de los 2000. Sin embargo con el tiempo ha demostrado una maestría, un refinamiento estético y narrativo muy superior al de sus compañeros de generación. Sus películas se cocinan a fuego lento, nunca son lo que parecen, suelen contener muchas capas y dobles lecturas y se adentran en paisajes morales de una enorme complejidad. Su cámara se mueve entre el distanciamiento, la contención y la más pura y descarnada visceralidad y en ellas siempre suele aparecer una incisiva crítica en torno a la historia pasada y presente de su país.

En esta ocasión, en Burning, el director adapta un relato corto de Haruki Murakami (Quemar graneros) para demostrar que, a partir de una pequeña, casi mínima línea argumental, se puede componer un monumental fresco social para hablar entre otras muchas cosas de la precariedad laboral de los jóvenes en la actualidad, del progresivo autismo y conformidad en el que parece sumida población y del sentimiento de inferioridad de clase. Todo eso contado a ritmo de magnético thriller (en su segunda mitad adquiere un carácter casi mental) repleto de lecturas ambiguas en el que resuena una melancólica reflexión en torno a la naturaleza humana y la necesidad de encontrar un sentido a la vida.

Lee Chang-dong compone imágenes de una enorme contundencia y belleza expresiva. Nos acerca de manera desnuda a la intimidad del protagonista, a sus frustraciones y deseos, a su necesidad de buscar la luz en medio de tanta oscuridad. Y de cómo sus esperanzas se desmoronan cuando desaparece la chica de la que se enamora cuando entra en contacto con un rico y petulante desconocido. En el recuerdo, una de las escenas cumbre del cine reciente: ella bailando desnuda al son de la música de Miles Davis durante una puesta de sol.