CRÍTICA
Carlos Fonseca: identidades vacías
Carlos Fonseca juega hasta la extenuación en 'Museo animal' con el relato del fin con tintes filosóficos
Ricardo Baixeras
Crítico literario
Doctor en Humanidades (Teoría de la Literatura y Literatura Comparada). Autor de 'Tres tristes tigres y la poética de Guillermo Cabrera Infante' (Universidad de Valladolid)
Ricardo Baixeras
La escritura que Carlos Fonseca (San José, Costa Rica, 1978) presentó en 'Coronel Lágrimas', deslumbrando a propios y extraños gracias a una novela lucida y caleidoscópica, tiene la nitidez y la ductilidad de la mejor fábula, aquella que permite construir un mundo de ficción con los meandros infinitos de una historia. Aquel era un texto sinfín; el que ahora presenta, 'Museo animal', juega hasta la extenuación, con el relato del fin con tintes filosóficos. Un relato sobre la extrañeza de la propia identidad, sobre cómo desaparecer, sobre cómo "todo comienzo es mera réplica" y sobre cómo "todas las historias son historias de ruinas".
Fonseca tiene una notable habilidad que le permite desdoblar la historia que se cuenta en una miríada de cristales despedazados configurando un discurso serial en constante transformación. La historia que permite poner en marcha la máquina de la ficción es la de Viviana Luxembourg (antes Virginia McAllister), diseñadora de moda convencida que "el verdadero artista es aquel que construye la tradición histórica bajo la cual una locura se vuelve legible como arte". O como afirma la propia Viviana: "no hay arte sin juicio". Léase como se quiera esta ficción que rompe en mil pedazos la historia familiar de Viviana en una plétora de simulacros entre los que se encuentran un archivo museístico de personajes desdoblados en busca de la propia identidad: un narrador en forma de museólogo caribeño, un fotógrafo, Yoav Toledano, con el que Viviana mantuvo una relación, la hija de ambos o el Subcomandante Marcos, del que se cita una de sus frases más conocidas en aras de destruir su yo: "Así que aquí estamos, burlando a la muerte en la realidad". No solo importa saber qué es el arte, sino quiénes somos.
Siendo obras distintas las dos novelas de Fonseca parecen revelar una gestación común: el proceso de la obra, el taller de la ficción, allí donde la nota que se cuenta es una aventura y el vivir una exploración vital de la escritura. El gran filósofo alemán Hans Blumenberg hubiera explotado de alegría al leer en esta novela que "aprender a narrar es proponer naufragios". Y el lector aplaude a rabiar cuando lee el tuétano del hueso que sostiene el armazón de este 'Museo animal': "la idea es hacer una novela tan cabrona como ese monumental panorama [el Gran Cañón]. Una novela vacía, repleta de polvo y aire, una novela geológica, que retrate en un instante absoluto el monumental paso del tiempo. Una novela archivo".
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