CRÍTICA DE LIBROS

Muñoz Molina: Donde todo es ruido

Pese a sus páginas espléndidas, el último trabajo del escritor no parece abrirle nuevas perspectivas en el futuro

Antonio Muñoz Molina, en la presentación de su libro en Madrid.

Antonio Muñoz Molina, en la presentación de su libro en Madrid. / periodico

Domingo Ródenas de Moya

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Si este libro fuera una novela habría que achacarle la inflación discursiva, la parálisis de la acción, la gratuidad de sus innumerables vueltas y revueltas y, en último término, el cansancio al que, por momentos, empuja al lector. Pero no se trata de una novela y ni siquiera el concepto más holgado del género admitiría ser aplicado a esta minuciosa crónica del ruido comunicativo que envuelve, como una nube de signos tóxica y baladí, nuestra vida actual.

Antonio Muñoz Molina se erige en notario del continuo ronronero alrededor, de las músicas que nos martillean, de la metralla publicitaria por doquier, de la faramalla callejera, de los rótulos, los folletos, los anuncios, de la tormenta de eslóganes, señuelos y exhortaciones de todo tipo que conforman lo que el semiólogo ruso Yuri Lotman llamó «semiosfera», la esfera de signos que nos encierra. Con la probada calidad de su prosa, Muñoz Molina puede narrar con suma eficacia lo mismo que es capaz de captar los gestos y estados anímicos más fugaces y sutiles, pero, aunque aquí vuelve a exhibir esas cualidades, su objetivo es otro. Cualquiera que haga el experimento de registrar todo lo que ve y oye al pasear por su ciudad (o por Madrid, París y Nueva York, como hace Muñoz Molina) comprobará el efecto aturdidor que produce la sobrestimulación visual y auditiva, la multiplicidad de voces y reclamos. El escritor ha querido trasladar ese registro y su efecto a la escritura, como un 'flâneur' del siglo XXI que absorbe (o graba) con avidez cuanto sucede a su alrededor sin jerarquía ni apenas procesamiento, en una sucesión de trivialidades y atrocidades, de clichés y sentencias lapidarias que contrastan con el recuerdo de paseantes urbanos como Baudelaire y Walter Benjamin, Thomas de Quincey y Edgar Allan Poe.

Junto a estas evocaciones, el escritor, entreverado en su crónica, se observa a sí mismo y se interroga lúcidamente sobre el sentido de su actividad (enhebrar palabras con esmero) en este universo indigente e hipercomunicado en el que la literatura ya no tiene lugar. Quizá por eso Muñoz Molina ha optado por utilizar el 'collage' como herramienta básica y ha fragmentado la obra en breves secuencias encabezadas por frases —la mayoría anuncios comerciales— recolectadas en sus paseos. Pese al interés objetivo del proyecto, me temo que es difícil que este método atrape el interés de muchos lectores, de por sí avasallados por el mismo torbellino semiótico que se describe. Este es un libro valioso por sintomático, con páginas espléndidas, que, sin embargo, no me parece que defina un camino futuro transitable.