CRÍTICA DE CINE

'Logan': el final de otro ciclo

QUIM CASAS

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Diseñada de momento por concatenación de trilogías, la saga cinematográfica de los X-Men, los torturados y acosados superhéroes mutantes de la factoría Marvel, llega al final de su tercer ciclo o, si prefieren, de su primer 'spin of' en relación a los filmes centrados en el grupo al pleno. 

Wolverine, Lobezno o Logan, también como prefieran, siempre ha sido el personaje más cautivador, poliédrico y popular de la serie, el único que ha tenido colección propia de 'comic books' y lo mismo en cine. Cada vez más cansado, escéptico, huraño y solitario, el mutante de las garras de adamantium llega al ocaso de sus peripecias. Y lo hace con la suficiente consistencia dramática, un necesario contrapunto (la aparición de una joven mutante con poderes idénticos o superiores a los suyos) y las prestaciones de un profesor Xavier enfermo y de vuelta de todo y de todos.

En una secuencia clave de la película, Xavier y la niña ven por televisión 'Raíces profundas', célebre wéstern psicológico de los años 50 protagonizado por un pistolero que ha intentado en vano colgar las armas y abandonar la violencia. Algo parecido les pasa a los mutantes, pero es que además James Mangold, director del anterior filme de la serie, 'Lobezno inmortal', y del 'remake' de otro wéstern de prestigio, 'El tren de las 3:10', le ha insuflado a Logan el aire fronterizo, ético y anímico de una película del Oeste.

El resultado es una película que combina equitativamente la acción (sin parafernalia infográfica: la secuencia a lo 'mannequin challenge' sería la excepción), la densidad dramática que todo relato de superhéroes debe tener por obligación, el realismo casi sucio, una cierta desmitificación del heroísmo épico y el wéstern con uno de sus temas primordiales, el aprendizaje entre personajes de generaciones distintas y el afecto que ello conlleva.