CRÍTICA

Un doble discurso

Antonio Orejudo conquista al lector con las glosas autobiográficas que acompañan los relatos de 'Grandes éxitos'

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zentauroepp37951117 icult180611190025 / RICARD FADRIQUE

Domingo Ródenas de Moya

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Los libros de Antonio Orejudo pueden leerse con algo parecido al gozo previo, el que se experimenta ante la promesa del placer y la diversión. Con ese prejuicio positivo he leído estos 'Grandes éxitos' en los que se reúnen 11 narraciones que jalonan más de 20 años de trayectoria literaria. Como si se tratara de un concierto, el autor presenta las circunstancias en que se gestó cada cuento y aprovecha ese introito para prodigarse en consideraciones variopintas sobre su escritura o en desahogos de su vida literaria y académica. Esta estructura da lugar a un doble discurso: el de los relatos y el de las glosas autobiográficas, que son las que se llevan el gato (o al lector) al agua.

En los cuentos hay un festival de registros y voces, una diversidad dominada por una ironía de impronta posmoderna que desactiva jocosamente la posibilidad de una lectura seria. Predominan la parodia (véase la de Javier Marías) y el pastiche (por ejemplo el fragmento del 'Cantar de Mío Cid' en clave de ciencia ficción), la imitación burlesca de formatos y modelos, con abundante carga de referencias y un sentido intrascendente del juego literario. La reiterada afirmación de que la literatura no ayuda a vivir mejor parece inspirarse en este tipo de artificios y reciclajes intertextuales. Evidencias de un taller literario sofisticado pero baladí.

En cambio, en los fragmentos en primera persona, en los que Orejudo habla sobre su ineluctable inclinación a la literatura (la crea y la enseña), el libro se despereza y tensa su musculatura, recuperando una cierta avidez de verdad que se dirige al propio autor, a la carrera literaria o universitaria, al desprestigio de la ficción y en general de las letras y, en fin, al mundo transformado en que vivimos. Aquí el artificio literario, en el que Orejudo vislumbra el germen de la impostura, está más disimulado o desactivado, o quizá convertido en un simulacro de sinceridad en forma de 'making of': cómo y por qué escribió lo que escribió. Y es este asomarse sin mucha compostura, con la franqueza del que busca complicidad o absolución, lo que atrapa con mayor fuerza, lo que estimula y gratifica en mayor medida, como si una nueva certeza estuviera reemplazando la rutinaria ironía escolástica que humea entre las cenizas del posmodernismo.