CRÍTICA DE CINE

'Whitney': abrazos de oso

Nando Salvà

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Mientras rememora el ascenso y la caída de Whitney Houston, el nuevo documental de Kevin MacDonald traza un arco narrativo más bien típico vehiculado por una estructura convencional -bustos parlantes alternados con imágenes de archivo, un viaje lineal desde la infancia de la cantante hasta su muerte-, y eso no le hace ningún favor a su protagonista: perfilada de forma tan formularia, su trayectoria no parece tan distinta de la de otros mártires de la música.

El director ha contado con el beneplácito del clan Houston, y los efectos que eso tiene sobre la película son dispares. Por un lado, lo deja a expensas de entrevistados que en ocasiones se instalan en la evasiva; por otro permite que, tras pasar más de una hora de metraje dando vueltas sobre hechos ya conocidos e imágenes ya vistas, Whitney ofrezca una impactante revelación: que, siendo niña, la diva sufrió los abusos sexuales de su prima Dee Dee Warwick.

Pese a que se finge tratar la información con tacto y cuidarse de establecer relaciones de causa-efecto, inevitablemente la película acaba tratándola como la pieza que faltaba para explicar qué abocó a la cantante a su destrucción.

No es esa la única manera que MacDonald encuentra de caer en contradicciones mientras explora los demonios de su trágica protagonista. Whitney sostiene que la cantante no solo vivió atormentada por el rechazo que generaba entre la comunidad negra, escondida en el armario a causa de su sexualidad y parasitada por una familia de ambición insaciable; también fue víctima de una sociedad que se prestó a juzgarla y burlarse de ella hasta que fue demasiado tarde. Es una acusación con fundamento, pero fuera de lugar viniendo de una película que presta mucha menos atención a las canciones de Houston que a la bañera en la que murió ahogada, y que por tanto cae en el mismo tipo de explotación que condena.