Raphael total en el Liceu
El cantante ofreció un apoteósico recital en el Festival del Mil·lenni arropado por la Simfònica del Vallès
Jordi Bianciotto
Periodista
JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA
Hay artistas, más últimamente, que dicen sentirse incómodos con las distancias entre escenario y público, y que invocan la cercanía llana del tú a tú, una actitud a la que este lunes, en el Liceu, Raphael respondió a su manera, pura vieja escuela, recordando que él es un ídolo que desea serlo, autorreferencial y jerárquico. Convirtiendo cada estrofa en una página de su vida para alumbrarnos con sus golpes de autoridad y cubriéndonos graciosamente con una lluvia de polvo de estrellas. Fue una exhibición total, imperativa, la del cantante de Linares en el recital ‘Sinphónico’, a lo largo de casi tres horas de arrebato, romance y drama.
Cantar con una orquesta, la Simfònica del Vallès, dirigida por Rubén Díez, propuesta enmarcada en el Banc Sabadell Festival del Mil·lenni, puso a Raphael en una posición interpretativa exigente, sin una batería que le marcara el ‘tempo’, colocando su voz y sus letras en un primerísimo plano para que pudiéramos degustar declaraciones como la de ‘Ahora’, la primera pieza. “Todo lo que en el mundo yo he amado / es una canción, un teatro y a ti”. Canción, teatro y una puesta en escena poco campechana: potentes focos que lanzaban haces de luz cruzados, al suelo y al techo, más encaminados a esbozar un aura épica que a cumplir con la ordinaria misión de iluminar.
FUERA CORBATA
Y un Raphael que lució poder vocal, solo un poco erosionado en el tramo final, siempre a juego con su sentido integral de la interpretación, apuntando a la cúpula del Liceu con el índice para enfatizar que sigue siendo “aquel”, “el mismo Raphael de siempre”, añadió a la letra fundiéndola con su vida, extendiendo los brazos, cerrando el puño para expresar rabia, dejando su mirada suspendida en el infinito. Liberándose de la corbata y desabrochándose la camisa en la séptima canción, ‘Digan lo que digan’. Antes ya había caído ‘Mi gran noche’, versión de Adamo con signo yeyé, que tan feliz hizo tiempo atrás a Alaska.
Se alió con el pianista en ‘Volveré a nacer’, pasando “de la niñez a los asuntos” (y modificando de nuevo la letra: “desde que tenía catorce años, cantando canciones como esta”), y luego con el guitarrista al evocar a Violeta Parra en ‘Gracias a la vida’. Sondas de profundidad como ‘Desde aquel día’ y ‘Maravilloso corazón’, donde, en un arranque de ardor, le quitó la batuta a Rubén Díez para dirigir él mismo la orquesta. Más guiños latinoamericanos (el tango ‘Nostalgias’, el vals peruano ‘Que nadie sepa mi sufrir’) y tintineos navideños: ‘Te deseo muy felices fiestas’, suave y perfumada como un clásico de Bing Crosby, ‘Ven a mi casa esta Navidad’ y ‘El tamborilero’ con los regalos de su “humilde zurrón”.
PLENITUD Y DESVARÍO
Se abrió paso un Raphael enganchado al escenario, que no lo soltaba, estirando el recital con ‘En carne viva’, ‘Escándalo’, ‘Ámame’…, dando más y más, viéndose aplaudido hasta por el director de orquesta. Público ‘raphaelista’ en pie, disfrutando de un momento en el límite de la plenitud y el desvarío: el cantante, rompiendo una luna de cristal en ‘Frente al espejo’ y cerrando con ‘Como yo te amo’, de Manuel Alejandro, 38º canción de la velada. Faltaban cinco minutos para medianoche y Raphael lo dejó ahí quizá movido más por la razón que por el corazón. Este martes repite recital, y los que le quedan, según advirtió: “Yo voy a volver a Barcelona todos los años”.
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