EL LIBRO DE LA SEMANA

Clara Usón: de visita en las tinieblas

La escritora hace en 'El asesino tímido' un retrato en primera persona con el trasfondo de las drogas en los 70 y 80

La escritora barcelonesa Clara Usón

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Domingo Ródenas de Moya

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Novelas sobre suicidas hay muchas, sobre esos suicidas paradójicos que, en la cumbre de la buena fortuna, ponen fin a su existencia, sobre suicidas lúcidos y suicidas obtusos, suicidas a los que otros suicidan, suicidas accidentales y también sobre el suicida por ineptitud que, no pudiendo asesinar a quien le hace desgraciado, decide borrarse a sí mismo: el asesino tímido, en expresión de Cesare Pavese que Clara Usón utiliza como título de esta novela. Y al decir novela siento que no soy preciso, porque en el libro el espacio de la ficción lo han ocupado unos materiales autobiográficos, documentales y ensayísticos bien enraizados en la realidad que la escritora orquesta para contar no tanto una peripecia como una tesitura vital angustiosa, una caída en el abismo: la de una muchacha de dieciocho años que fue fugaz estrella del cine cutre-erótico de los setenta y la de ella misma.

La intriga aparente de la novela se sitúa en la Transición y gira en torno a las turbias circunstancias en que la joven actriz Sandra Mozarovski, supuesta amante del rey Juan Carlos I, perdió la vida una madrugada al precipitarse —o ser arrojada— desde el balcón de su casa. El episodio, que ya fue recordado por Marta Sanz en 'Daniela Astor y la caja negra'(2013), sirve de excusa para reconsiderar con severidad la figura del monarca desde los datos objetivos, por ejemplo, el homicidio por accidente de su hermano o la traición a su padre, y para cuestionar la versión inverosímil del suicidio. Pero a la corta vida de la actriz no se le concede mucha más relevancia que a la del filósofo Ludwig Wittgenstein, cuya pertinencia se va revelando poco a poco, puesto que la propensión a la patología mental de la familia Wittgenstgein y el suicidio de varios de sus hermanos (Hans, Rudolf y Kurt) apuntan hacia el centro neurálgico de la novela: el sentido de seguir viviendo. Un recomenzar diariamente que puede convertirse en una tarea agotadora y absurda, como se recuerda al traer a colación al Albert Camus de 'El mito de Sísifo'.

Hasta su ecuador, la novela puede parecer que avanza de manera errática, sin plan ni unidad ni reglas, como constata la narradora (que es la propia Clara Usón), pero desde ese momento se vislumbra que todos los afluentes temáticos que se antojaban dispersos desembocan en un único río de sentido cuyo rumor se anuncia desde las primeras páginas: la catártica confesión de la autora. Porque, en efecto, la evocación del suicidio (o asesinato) de la remota Sandra Mozarovski es solo la puerta de acceso a los años 70 y 80, los de la juventud de la autora, cuando el presente parecía una fiesta continua y el lúgubre consumo de drogas hizo frecuentes los funerales prematuros y los ingresos psiquiátricos. Dar testimonio de la travesía por aquel infierno desde el otro lado no es tarea sencilla; tampoco desgranar la conflictiva relación con una madre egoísta que, sin embargo, a la hora de la verdad hizo lo que debía. Clara Usón ha tenido el acierto de sujetar la feroz intensidad de los sentimientos, ordenarlos y graduarlos. Con la técnica de postergar su propia confesión y la astuta idea de convertir a Sandra Mozarovski en interprete de un biopic sobre sí misma, ha logrado escapar al relato directo del trauma y a la vez ha podido exorcizar fantasmas que debían llevar mucho tiempo alojados en su memoria.