CRÍTICA

'El bosque de los suicidios': Los fantasmas japoneses y el estereotipo

BEATRIZ MARTÍNEZ

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'El bosque de los suicidios' le cuesta encontrar su propia identidad. Intenta utilizar algunas de las convenciones que caracterizaron la escuela del Japan Horror a través de su imaginario folklórico, sus fantasmas y sus espíritus, pero no es capaz de adentrarse en el rico acervo de su mitología sin reducirla a imágenes lastradas por el artificio y el susto fácil. 

Lo cierto es que el debutante director Jason Zada tenía en sus manos un material de partida interesante y sobre todo, un escenario, el bosque de Aokigahara, ubicado en una de las laderas del monte Fuji y tradicionalmente asociado con los demonios y las tendencias suicidas (en él también se ubica la última película de Gus Van Sant), al que se le podía haber sacado un gran provecho expresivo. 

El filme utiliza elementos psicológicos y sugestivos para adentrarnos en los traumas y los miedos internos de la protagonista (una correcta Natalie Dormen) y en su proyección externa alucinatoria, que poco a poco parece querer conducirnos por el territorio de la locura. Sin embargo el director parece estar más pendiente de utilizar los elementos de la imagen para crear sobresaltos inesperados que de configurar un clímax de convulsión y desasosiego tanto físico como emocional.

A medida que avanza la trama no solo el argumento que sustenta la película se va desmoronando, sino que visualmente también se vuelve desganada y perezosa, repitiendo las mismas ideas constantemente y demostrando, por enésima vez, lo parcial y estereotipada que puede llegar a ser la mirada occidental hacia el rico universo oriental.