CRÍTICA DE CINE
'La alta sociedad': diversión de clases
La comedia de Bruno Dumont es tan crítica y cínica como humorística y evasiva en un reflejo de la diferencia de clases en 1910
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
QUIM CASAS
{"zeta-legacy-despiece-horizontal":{"title":"La alta sociedad\u00a0\u2605\u2605\u2605\u2605","text":"Ver pel\u00edcula en la cartelera"}}'La alta sociedad' sigue la estela de 'El pequeño Quinquin', la extraordinaria y divertida miniserie que Bruno Dumont, uno de los cineastas franceses más personales y complejos del momento, se sacó de la manga explorando la tipología, fisonomía y peculiaridad idiomática de su región natal, el Nord-Pas-de-Calais.
Es un filme sobre la diferencia de clases, en 1910, planteado con un también extraordinario sarcasmo en todos los sentidos. No es el menor de ellos que los representantes de la clase burguesa estén encarnados por actores profesionales y bien conocidos que llevan sus personajes al límite de lo ridículo y lo estridente (Juliette Binoche, Fabrice Luchini y, en menor medida, ya que es la más contenida, Valerina Bruni Tedeschi), mientras que los miembros de la clase obrera son actores no profesionales. La dialéctica de clases desde la dialéctica del 'casting'.
La película es tan crítica y cínica como humorística y evasiva, un muestrario ingenioso e inteligente del humor que viene desplegando Dumont mezclado con elementos procedentes del cine cómico mudo, caso del estilo salvaje de Mack Sennett o la estrafalaria pareja de policías que investigan una serie de desapariciones de turistas en el lugar, y que están inspirados en Stan Laurel y Oliver Hardy (el gordo y el flaco); o incluso de Jacques Tati en cuanto al retrato sarcástico de la bobalicona clase acomodada, ya presente en títulos como 'Mi tío'.
Dumont combina esta mezcla de humor e intriga dramática, de retrato de la lucha de clases y semidocumento de la zona de Calais (fusiona muy bien la ficción con el documental, aunque este sea tan iconoclasta) con una estilización refinada. Lejos de chocar con lo abrupto de sus personajes, esta estética confiere al filme uno de sus particulares encantos. La fotografía, el tratamiento de la luz y el empleo del color remiten a Gustave Courbert (su más conocido lienzo, 'El origen del mundo', que muestra el sexo femenino en su plenitud, ya estaba presente en una de las primeras películas del director, 'L’Humanité') tanto como a William Turner y sus instantáneas de cielos fundidos con mares y lagos.
De este modo, con momentos casi fantasmáticos como la imagen del barco grande, oxidado y varado en la playa cual Leviatán, otros descarnados (la comprobación de la descendencia incestuosa en la familia burguesa) y muchos terriblemente divertidos (el orondo policía que se estira en horizontal en el suelo pero luego es incapaz de levantarse por sí mismo), 'La alta sociedad' se ríe de un mundo perdido a la vez que lo respeta; lo enaltece y lo ridiculiza en un equilibrio narrativo en el que Dumont se está convirtiendo en un consumado especialista.
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