LA CONTRACRÓNICA

Hay tantos Raphael como grandes noches

La gran noche de Raphael en el Sant Jordi, la vez número 56 que el Ruiseñor de Linares canta en Barcelona, vista a través de su fiel legión de fans

Público entregado a Raphael

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Miqui Otero

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Hay un tipo con el brazo en alto que ahora gira la muñeca de su mano engarfiada atrapando las motas que deambulan por la luz del foco. El pelo plateado, no viste de negro, sino polo celeste, bermudas color hueso y alpargatas azul marino. Todos tenemos un secreto y el suyo es que le debe una botella de whisky a Raphael.

“Siempre lo he imitado muy bien, sí”, admite Juan, sin falsa modestia, en la grada del Sant Jordi. “En bodas, en casa, en la playa. Pero una vez hace demasiados años lo imité en el pub Garden, cerca de Badalona. Sacaban unas tarjetas y tenías que hacer del que saliera: Orson Welles, Rodríguez de la Fuente… y yo hice Raphael. Y gané. Una botella. El tipo del local me quería contratar”. Juan vive en El Bruc y así quedan hermanados el tamborilero que mantuvo a raya a los franceses y el tamborilero que llega, como el turrón o los números rojos, cada navidad en boca de Raphael.

Es la vez número 56 que el Ruiseñor de Linares canta en Barcelona. Hace muchos años incluso se electrocutó en un escenario condal. Aun así vuelve, como ayer dijo, “una vez y otra y otra más”. Y quizás por eso sus gestos más icónicos siempre son, si se fijan, parecidos a alguien que levanta la mano e intenta enroscar o desenroscar una bombilla. O encender el sol. Y a sus fans radiantes durante tres horas.

Dijo una vez que muchos se parecían a él, pero que él no se parecía a nadie. Lo dijo el cantante de yo soy aquel, así que deducimos que Raphael no solo es su él, sino también el otro. Juan, por ejemplo.  O María Dolores, llegada desde L’Hospitalet con su pelo 'garçon' y sus gafas de pasta color crema, que tuvo su epifanía a mediados de los 60, cuando lo vio por primera vez con 16 años: “Yo era más de Adamo, pero me volví raphaelista aquella noche en el Teatro Español. Mira, el teatro ya no existe, pero yo sí y es como si fuera hace un rato”.

Nadie recuerda la primera vez que escuchó a Raphael. Como no recuerda la primera vez que respiró o que dio una voltereta. “No me acuerdo de cuando nací. Debía de estar borracho”, dijo una vez Jim Morrison. El cantante de los Doors. Que nació el mismo año que Raphael. De su 'Light my fire' hizo el jienense una versión. Raphael nació el mismo año que Janis Joplin. Tiene doce años más que Alfredo Pérez Rubalcaba. Son datos que uno debe recordar cuando sopla velas.

"Es como los Rolling Stones"

Aun sin ser nostálgico, Raphael es platos Duralex, electrodomésticos de color naranja y pícnics en los pinares que festonean las playas de Castelldefels. Uno siempre tiende a emocionarse más con la gente que mira un concierto que con lo que sucede en el escenario. Y eso que Raphael comparece entre guitarras 'heavies' como un Morfeo de 'Matrix' sin pastillas rojas. Pero si mi gran noche, la octava canción, es bonita en ese momento es por cómo la canta el público.

Como Salvador, el extremeño que conduce el taxi de subida al Sant Jordi, que confiesa un rato antes que él lo vio en los 70  en Mojácar. “Es como los Rolling Stones. Aunque a este no sé si le cambian la sangre”. O como Laura, que valida los tíquets y que tiene en su móvil varios mensajes de su tía de Almería, tan fan de Raphael: “Es mejor que Metallica”. O Marta, que la escuchaba en el 600 y en el R-8 camino a sus veranos en Oviedo.  O, sin ir más allá, Eduardo, vestido con su chaleco amarillo fluorescente, vigilante en la salida al balcón fumadero, que canta Raphael desde que era un niño ecuatoriano que veía en el televisor el programa Siempre domingo. O la Laura, una abuelita de La Bonanova con una rebeca perlada de brillos, que ya lo ha visto tres veces y que se lamenta un poco de que no podrá gritar mucho por un resfriado: “De él me gusta todo. M’entens? TO-DO”. Ojalá que alguien, lector, te mire alguna vez como ven a Raphael. Sería una gran noche.