Conquistadores U2

El grupo fundió espectáculo y emotividad en la primera de sus cuatro noches en el Sant Jordi

JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA

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Solo un titán como U2 pueden permitirse piruetas como la de envolver un show con literatura melancólica y a la vez impactar al asistente con el montaje audiovisual más despampanante del mundo. Fundir poderío y emotividad, espectáculo e intimismo, es el audaz, quizá temerario, objetivo de Innocence + Experience, la propuesta que la veterana banda irlandesa trajo anoche en el primero de sus cuatro conciertos en el Palau Sant Jordi, actuaciones únicas en España con las que reafirma su contrastado poder de convocatoria.

U2 jugó tanto, anoche, con la alta tecnología como con la metáfora, con Bono abriéndose paso entre el público y subiendo a escena mientras sonaba una grabación de People have the power, de Patti Smith. El centro de gravedad es la gente, nos venía a decir, y no la icónica y prepotente estrella del rock. Se trataba de escenificar la humildad, y por eso la primera canción, The miracle (of Joey Ramone), de su último disco, Songs of innocence, la tocó el grupo bajo la luz de una bombilla, evocando el local en el que ensayaban en sus inicios. Contención y austeridad en un primer bloque de canciones que combinó piezas del pasado remoto, The electric co. (con una inserción de Send in the clows, la desengañada pieza de Stephen Sondheim: ¿que entren U2, los clowns, pedía Bono?) y I will follow, y de un pasado más cercano, Vertigo, con abundante material nuevo.

UN LEJANO DUBLÍN / El cantante saludó con un «Bona nit, Barcelona» antes de cubrirnos de piropos: esta es, dijo, una «gran ciudad» que «sirve a la belleza y ama los artistas», ya sean «arquitectos, pintores o bandas de rock'n'roll». A punto de emprender el viaje a su juventud que proponen su nuevo disco, anunció: «Estas canciones os van a llevar al norte de Dublín, donce crecimos. Una parte muy importante de nosotros sigue ahí». La pantalla que flotaba sobre la pasarela central comenzó a mostrar sus figuras de colores y sus evocaciones del pasado. «Este soy yo cuando tenía 18 años», señaló Bono antes de abordar Song for someone, que convivió con Iris (Hold me close), viaje al momento en que murió su madre («creo que ese día me convertí en un artista», afirmó) y Cedarwood road, otra pieza sobre los viejos tiempos.

La suave nostalgia dio paso a la memoria del terrorismo que castigó Irlanda en su infancia: Sunday bloody Sunday, en una versión recogida, sin épica, y Raised by wolves. Imágenes en blanco y negro de calles desangeladas y de los rostros de quienes cayeron en aquellos años de plomo. Esa secuencia culminó con Until the end of the world, la canción de la película de Win Wenders, mientras la pantalla descendía y se tragaba a The Edge, fenómeno al que el guitarrista correspondió con su feroz solo.

RITMOS CON PASADO / Tras un interludio en el que sonó, pregrabada, una dulcificada versión de The fly, el concierto entró en otra fase, con la cortina audiovisual creciendo en protagonismo en Invisible y el grupo en pleno tocando en su interior. Sin quebrar del todo cierto halo de intimismo, con más sombras que luces, combinando imágenes psicotrópicas de los miembros del grupo mientras tocaban Even better than the real thing, Momento club, con vistas al clásico, dancedélico, Achtung baby (1991), con un desenlace abiertamente bailable en contacto con otra pieza de la misma cosecha, Mysterious ways. El grupo, situado ahí en el escenario pequeño, con una letra e, de experiencia, escrita en el suelo y sacando a bailar a una fan, Melisa, venezolana, que se quedó con ellos en la siguiente canción, Elevation.

Secuencia de paulatino recogimiento con una inesperada rareza, Sweetest thing (cara B del sencillo Where the streets have no name) y la nueva Every breaking wave, en la que Bono lució su buena forma vocal con el único apoyo del teclado en manos de The Edge. Los tambores de guerra de Bullet the blue sky caminaron, a través de Zooropa, el punto de inflexión hacia el crescendoWhere the streets have no name a toda máquina, Pride (In the name of love) y With or without you precediendo a unos bises con City of blinding lights, Beautiful day, un guiño a Mother and child reunion, de Paul Simon, y One con su catedralicia aura de comunión. Y la sensación de que U2 quizá sean un hatajo de fríos traficantes de ilusiones y consignas, pero que se han salido con la suya en su propósito de construir un espectáculo impactante sin ser grandioso, deslumbrantemente íntimo, con el que se sitúan, quizá más cerca que nunca, del corazón de sus fans.

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