Víctor Manuel, 50 años y un día

El cantautor asturiano recorrió su trayectoria en un emotivo recital en el Palau, dentro de Barnasants

Concierto del cantautor Victor Manuel en el Palau de la Música.

Concierto del cantautor Victor Manuel en el Palau de la Música. / periodico

JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA

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Víctor Manuel tiene razón cuando se pregunta por qué le reprochamos que no publique canciones nuevas (su última entrega, ‘No hay nada mejor que escribir una canción’, data del 2008) si luego, en sus conciertos, todo el mundo le pide que haga el favor de cantar las clásicas. Son raros los artistas de larga trayectoria que pueden basar una gira en un disco de estreno, vivimos días de recreación de los grandes legados artísticos, y el asturiano no es una excepción. Y en eso estamos: ahí le tuvimos, el viernes en el Palau, recorriendo su antología ’50 años no es nada’ en el marco de Barnasants.

Como hace casi un año en el Auditori del Fòrum, pero sin invitados especiales, centrando pues el foco en su propia persona. Víctor Manuel, que ya echó la vista atrás en aquel ‘Vivir para cantarlo’ (1999), recreado a su vez no hace mucho tiempo en el mismo Palau y en el Liceu, parece sentirse más a gusto ahondando en trayectos familiares que trazando nuevas rutas. Cuenta con su hijo, David San José, sentado al teclado, para hacer aún un poco más seguro un viaje que, siguiendo el guión establecido, emprendió evocando las fiestas de su pueblo, Mieres, en ‘Danza de San Juan’ y ‘La romería’.

DE LA MINA A BRIGITTE BARDOT

Mucha memoria sentimental, orgullo de las raíces mineras (‘Planta 14’) y heridas de la posguerra que no se cierran: dedicó ‘Cómo voy a olvidarme’ a su padre “y a toda la gente que aún reposa en las cunetas”. Con rasgos de suave fatalismo, como en esas “canciones desgraciadas”, así es como las denominó. “Que me gustaban mucho cuando las grabé pero me parece que a ustedes les gustaron menos”, recordó antes de abordar la bonita, un poco afrancesada, ‘Canción pequeña’. Y reflejando su paulatino despertar ante las circunstancias de la vida, como su enamoramiento de Brigitte Bardot (‘A dónde irán los besos’) y los revolcones insinuados en ‘Quiero abrazarte tanto’, con “sexo entre líneas, porque en 1970 todo era entre líneas”.

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David San José cantó muy correctamente algunas estrofas de ‘Bailarina’ y ahí se hizo visible el contraste con la voz, potente pero un poco desdibujada, de Víctor Manuel, tendente a unos acentos enfáticos que sacrificaban las líneas melódicas. Quizá San José podría haberle secundado con más frecuencia para reforzar los momentos más exigentes de piezas como ‘Luna’ o ‘Soy un corazón tendido al sol’.

Emotividad desatada en ‘Solo pienso en ti’ y una tanda de propinas con ‘Tu boca una nube blanca’, la épica ‘Asturias’ y una inesperada ‘Para que te quieran y que tú sepas’, momento interesante de la cosecha del 2004, en la que saca conclusiones halagüeñas de una vida en los escenarios y desprende un poco de sabia mala uva: “Nadie adivina el futuro / hasta que está amortizado / aunque alguien te diga ‘yo lo sabía, estaba cantado’ / siempre hay adivinos que te adivinan lo que ha pasado”. 

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