crítica

'Intocable', con trampa y cartón

NANDO SALVÀ

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En una escena de Intocable, alguien le dice a un hombre negro vestido de traje: «Te pareces a Obama», como si el único negro trajeado pudiera ser el presidente de Estados Unidos. Es solo un ejemplo del racismo casi inconsciente que promueve esta película, en la que un tetrapléjico blanco y rico contrata como cuidador al mencionado hombre negro, un tipo de los bajos fondos, y le enseña buenos modales mientras el otro, cual mono de feria, entretiene al maestro encarnando todos los estereotipos sobre raza y clase.

Intocable, pues, retrata un mundo de fantasía en el que ricos y pobres viven unidos en armonía, en el que nadie explota a nadie y las desigualdades de riqueza nunca son un problema o un factor de frustración por parte de los empleados, sino solo una ocasión para la chanza o la carcajada. De paso, además, Eric Toledano y Olivier Nakache sostienen con sorna pero con aparentemente convencimiento que el arte contemporáneo es una impostura, la música clásica un aburrimiento y la ópera un chiste.

Es cierto que no caen en la trampa de abordar la minusvalía echando mano de la compasión fácil o el sentimentalismo, pero a cambio, con la excusa de romper tabús, se ríen de ella. Como resultado, el cuerpo paralizado queda reducido a la condición de objeto tanto como el del bufón que lo acompaña. Esa incorrección política no es un problema en si misma, el problema es que los directores, haciendo alarde de cobardía, nos la suministran disfrazada de emociones genuinas y lecciones cívicas de saldo que nada tienen que ver con las duras realidades de los social o físicamente discapacitados.