FLAMENCO EN FAMILIA EN LA SALA APOLO

Con Manuel en la memoria

El concierto de Alba Molina y Lole Montoya se transformó en homenaje al desaparecido artista

Alba Molina, el pasado jueves en la sala Apolo.

Alba Molina, el pasado jueves en la sala Apolo.

LUIS TROQUEL / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Por más que en principio no se tratara de ningún homenaje, inevitablemente terminó siéndolo. Era imposible obviar que no hacía ni dos meses nos había dejado Manuel Molina. Ya el inicio fue idéntico al concierto que en el 2012 compartió en la misma sala con su hija Alba. Abrió ella, con su sinuosa versión del Bésame mucho. Enlazó con otra pieza latina (Salsa para volver) y dijo: «No soy mujer de muchas palabras, sobre todo en el escenario». Y tras una concisa y sentida presentación añadió sin necesidad de especificar: «Todo esto se lo vamos a dedicar a él».

Alba Molina presenta a Lole y la Familia Montoya, se titulaba el espectáculo. Y así fue. Una canción más y Alba dejó la escena para dar paso a su madre. Quedó únicamente el joven guitarrista José Acedo, de toque preciso y look gitano hipster. Y solo entrar Lole, el público que llenaba la sala Apolo se puso en pie ovacionándola. Público variopinto e intergeneracional, entre el que podían distinguirse bastantes compañeros de profesión: Mayte Martín, Raül Fernández Refree, Miliu Calabuch, Cathy Claret, La Maña...

Justamente estos días se cumplen 40 años de la publicación del legendario debut discográfico de Lole y Manuel, Nuevo día, del que recuperó tres de sus más emblemáticas canciones: Un cuento para mi niñoTodo es de color y la que le daba título. Aunque el momento más pleno de ese bloque con bulerías lentas del mítico dúo fue la tercera pieza, Dime. Justo antes, ella, pidió que le bajaran la intensidad del foco cenital y subieran el aire acondicionado. Y no era ningún capricho, pues a partir de entonces todavía cantaría mucho mejor. «¡Parece que naciste ayer! ¡No has cambiado nada!», exclamó entre canción y canción alguien de las primeras filas. A lo que Lole, encogiéndose de hombros replicó: «¿Algo habré cambiado, no?». Pero, ciertamente, parece un milagro que siga manteniendo esa maravillosa voz.

Estatua con alma

Jugó una y otra vez con las octavas: bajando inesperadamente a los graves y subiendo a los agudos en una misma línea melódica. Con esa sobriedad escénica que siempre le ha caracterizado. Como una estatua con alma. Prendió el éxtasis colectivo, y, una vez más, ninguna palabra rimó tan bien con Lole como ¡ole!

Ya con todo el elenco familiar en escena, cantó por tangos y alegrías. Y cedió el protagonismo a su hermana Angelita Montoya, que con su cante gitano a rabiar encendió aún más el ambiente. Tremenda. Más flamenca imposible. Y en las bulerías, de pie, dejó el micro e intercaló un fandango de letra dedicada a la matriarca de la dinastía: Antonia La Negra.

Al baile, Carmelilla Montoya dedicó la soleá a su padre, El Morito, fallecido también aún más recientemente. Lole, con todos, brindó Cabalgando «a su autor, Manuel Molina» y se despidió cantando Romero verde, con esa voz que se abre como una flor en primavera, que revienta como la fruta en verano... Pura gloria.

TEMAS