CÓMIC

El cómic baja a la mina

El Premio Nacional Alfonso Zapico recupera en 'La balada del Norte' la Revolución de Asturias de 1934

Viñetas de 'La balada del Norte' que muestran la insurrección (izquierda) y escenas de la rutina en el interior de la mina y del drama tras un accidente en el interior del pozo.

Viñetas de 'La balada del Norte' que muestran la insurrección (izquierda) y escenas de la rutina en el interior de la mina y del drama tras un accidente en el interior del pozo.

ANNA ABELLA / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ante la escena de siete negras páginas de La balada del Norte en la que se produce una explosión en una mina, inspirada en la de San Luis, en Langreo, el lector debería estar obligado a rescatar la dramática e icónica canción de Víctor Manuel La planta 14, pues el dibujante Alfonso Zapico ha convertido con maestría en banda sonora de esas viñetas sin palabras los dramáticos y afilados versos del cantautor asturiano, desde una madre que rumía su agonía en silencio a sentados en el suelo, los mineros se hacen cruces y reniegan de Dios o el cura con los ojos arrasados al segundo [muerto] le va uniendo sobre el pecho las manos. Semanas previas a la Revolución de Asturias, en octubre de 1934. El país está sumido en las convulsiones de la Segunda República y en las cuencas mineras del Norte se ha gestado una sublevación contra el Gobierno de Lerroux, que este reprimirá violentamente. En los pozos, los mineros se dejan la vida sacando carbón para beneficio de los patronos. Con esas coordenadas, Zapico (Blimea, 1981), tras ganar el Nacional de Cómic 2012 con Dublinés, su magna biografía de Joyce, y seguir los pasos de Vasco Núñez de Balboa en El otro mar (2013), baja a la mina y publica el primero de los dos volúmenes, de 230 páginas, de la ambiciosa La balada del Norte (Astiberri), novedad para el Salón del Cómic y en la que ha invertido tres años.

«Es un homenaje a esos valles mineros de los que vengo [donde ha trabajado su propio tío]. La revolución de Asturias es un episodio muy olvidado. Y allí la gente se ha quedado con los clichés y la parte romántica», opina Zapico desde Angulema (Francia), donde vive gran parte del año. «Fue en el 2012, cuando estallaron las huelgas mineras, y luego con los casos de corrupción en los sindicatos, cuando entendí que era el fin de una etapa, que se cerraba el ciclo de la minería del carbón y esa sociedad estaba desapareciendo, y quise volver a su origen, al movimiento obrero de los años 30, que fue el síntoma del drama que iba a venir, la ruptura de la República y la guerra. Con el libro quiero mantener la memoria de esa identidad, porque es lo único que nos queda. No hay que perderla ni olvidar que hoy tenemos este nivel de vida por toda la gente que luchó mucho en aquellas revueltas».

La balada del Norte reúne ficción y realidad. Es la historia de amor entre Tristán e Isolina, joven hija de minero que entra a servir en el palacete (basado en el de Figaredo, en Mieres) del rico patrón para quien los mineros son solo mano de obra reemplazable (inspirado en el marqués de Comillas). Tristán es el hijo de este, el «marquesito», un enfermizo bohemio, algo «maldito y a veces antipático», que ayuda al periódico del sindicato. La pareja le sirve a Zapico para juntar dos mundos que se desconocen mutuamente -como «los mundos que chocaron y degeneraron en la guerra civil»- y mostrar los hechos históricos que se desarrollan a su alrededor y cuya ingente documentación el dibujante ha sabido sintetizar con recursos como las portadas de un diario obrero y personajes reales como José María Gil-Robles, ministro de la Guerra de Lerroux.

Pero de la minería fue sobre todo su tío quien le contó sus interioridades: el comportamiento, el lenguaje, las relaciones entre la gente. «Allí todos estamos ligados a las minas. Él tiene 47 años y ya está prejubilado y con los pulmones hechos polvo. Tienen una calidad de vida tan mala y una expectativa tan corta... La mayoría de mineros que conozco no permitirían por nada del mundo que sus hijos trabajaran en la mina. Cuando mi tío empezó las cosas no habían cambiado mucho respecto a los años 30. Las condiciones de trabajo eran muy penosas y duras, las minas pequeñas, con mucha madera, humedades, peligrosas... Son gente mentalizada para vivir al día porque el mañana no existe, por eso creo que los sindicatos mineros han sido tan combativos, porque no tienen nada que perder».