FESTIVAL DE BERLÍN

El lado oscuro del sexo

NANDO SALVÀ

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¿Ha oído usted hablar de Cincuenta sombras de Grey? Qué tontería de pregunta, claro que lo ha hecho, bien de la pieza de semiliteratura erótica que E.L. James publicó en 2011 y que lleva vendidos 100 millones de ejemplares en todo el mundo, bien de la adaptación cinematográfica que este miércoles se presentó en la Berlinale. Respecto a esta última, el anuncio de que contenía 20 minutos de escenas de sexo -falso- y las incontables protestas orquestadas por organizaciones religiosas la han convertido en la película que todo el mundo tiene que ver. Entre quienes lo hicieron ayer aquí, los expertos aseguran que evita los peores defectos del libro, en concreto descripciones y monólogos tan toscos que resultan casi autoparódicos. De ser así, es lo único bueno que puede decirse de ella.

La historia que se nos cuenta, recordemos, es un arquetipo: una joven ingenua recibe su instrucción sexual de manos de un feroz seductor. Anastasia Steele conoce a Christian Grey. Flirtean. Él avanza. Ella retrocede. Finalmente tienen sexo. Y luego tienen sexo varias veces más. La gracia, o eso se nos dice, es que él quiere dominarla a ella. En todos los aspectos pero sobre todo en el carnal. Gracias a Cincuenta sombras de Grey, mamás de todo el mundo están hoy familiarizadas con el sadomaso.

Actores desconocidos

La película la protagonizan dos actores desconocidos, Dakota Johnson y Jamie Dornan, pero da igual porque aquí la estrella es el sexo, o al menos el único motivo para ir a verla. Ahora bien, no es Nymphomaniac. Es decir, contiene más carne desnuda que cualquier película de Hollywood reciente, pero convierte el bondage en algo higiénicamente empaquetado, material de anuncio de perfume. Vemos unos pocos azotes, y ya. Asimismo, nadie en la película tiene genitales visibles, nadie suda ni pierde el control. Y tras cada coito Christian se marca unos solos de piano que no quieren ser un chiste pero lo son.

Mujer sumisa

Si esas escenas fueran más intensas, Cincuenta sombras de Grey podría efectivamente haber sido una transgresora fábula sexual, que cuestionara nuestras nociones de lo que es y lo que no es sexo desviado, y nuestras rígidas ideas de cómo las dinámicas de poder deberían funcionar en una relación. Pero no cuestiona nada. Al contrario, retrata a una mujer que aspira a una relación normal -ir a cenar, ver una película, hacerse mimos tras el coito- y a un hombre que no está interesado en nada de eso y que, por tanto, necesita ser rehabilitado. Es decir, defiende el mismo modelo romántico tradicional y conservador de siempre: con azotes o sin ellos, se trata de que la mujer sea sumisa. Recordemos que el libro lo escribió una mujer, otra mujer lo adaptó en un guion y otra mujer, Sam Taylor-Johnson, ha dirigido la película.

No solo en ese aspecto queda clara la hipocresía de Cincuenta sombras de Grey. Primero porque vende sensualidad pero retrata el sexo como algo oscuro, hasta tal punto que los deseos de Christian son expresiones de un trauma -que una película así se estrene en San Valentín tiene guasa-. Y segundo porque ni el libro ni la película se atreven a reconocer que lo que en el fondo atrae a Anastasia es el dinero. En cuanto ella se muestra reticente, él le compra un coche y la lleva de paseo en helicóptero. Y el único motivo por el que Christian Grey se ha convertido en icono pop es que es asquerosamente rico. Si trabajara, por poner un caso, en un locutorio nada de esto habría pasado.

Apunta taquilla

Todo esto resultaría secundario si al menos estuviéramos hablando de una película entretenida. Pero, no. No hay historia, ni personajes con entidad, ni emoción. Cualquier contrato de arrendamiento tiene más profundidad dramática. Aun así, seguro que ganará muchísimo dinero en taquilla. Y la segunda y tercera partes -ya se está trabajando en ellas- ganarán aún más. Después de todo, si algo hemos aprendido de Christian Grey es que nos gusta que nos torturen.