NUEVA NOVELA NEGRA DEL AUTOR DE 'EL SÍNDROME E' Y 'GATACA'

Chernóbil y criogenia

Horror y conciencia 8El escritor e ingeniero Franck Thilliez, fotografiado en Barcelona.

Horror y conciencia 8El escritor e ingeniero Franck Thilliez, fotografiado en Barcelona.

ANNA ABELLA
BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Chernóbil, en ucraniano, significa ajenjo, un veneno, y Ajenjo es el nombre de la estrella ardiente que, según el Apocalipsis de San Juan, cayó del cielo. «Una connotación bíblica y catastrófica», e inquietante, tanto como Atomka (Destino / Columna), la nueva novela de Franck Thilliez (Annecy, 1973), cuyo título evoca el nombre que dieron a la central nuclear rusa los liquidadores, los hombres enviados allí tras el letal accidente ocurrido el 26 de abril de hace 27 años.

Con El síndrome E (cuyos derechos cinematográficos ha adquirido Paramount), Gataca y ahora Atomka, el escritor francés se ha erigido en un infalible maestro en hacer sufrir al lector y a los protagonistas de sus novelas negras -la pareja formada por Luci Henebelle y Franck Sharko, policías que trabajan en el parisino 36 de Quai des Orfèvres-, a quienes no escatima horrores personales. «Son la parte psicológica. Investigo por qué se hace el mal y por qué unas víctimas se sobreponen y otras no».  A ello, Thilliez, ingeniero de nuevas tecnologías, le añade acción, documentación y una seria exploración de los límites de la ciencia. «Creo profundamente en ella y en los hombres que la hacen avanzar, porque intenta curar enfermedades y hacer el mundo mejor. Pero la ciencia se vuelve peligrosa cuando surge la ambición de dinero o fama. Yo indago esas fronteras entre el bien y el mal».

El escritor y su mujer acogieron un tiempo a una niña de Chernóbil. «Tenía problemas de tiroides, de riñones... Nos habló de sus padres, de la pobreza en su país. Ella me llevó a profundizar en el tema y a decirle al lector que Chernóbil no se acabó, que sigue existiendo. La explosión condenó a una gran superficie del planeta. Una zona peligrosísima, que durante miles de años no debería ser habitada, pero en la que sigue viviendo gente pobre porque hay casas vacías. Y eso no es ficción. Y es terrible que el Gobierno lo permita y no se ocupe de esas personas», condena.

A primeros del 2011, mientras escribía Atomka, llegó la catástrofe de la central de Fukushima. «Me perturbó mucho. Antes pensaba que Chernóbil quedaba muy lejos y, como científico, estaba convencido de que no podría volver a pasar. Pero ves que seguimos indefensos frente al átomo. Me sorprendió la incapacidad de apagar el reactor. Lo único que pudieron hacer es, como 27 años atrás, enviar allí hombres sin protección».

En su afán informativo, se remonta hasta Einstein, Marie Curie y el proyecto Manhattan, que creó la primera bomba atómica -«en los años 40, 50 y 60 ocurrieron cosas terribles, experimentos con seres humanos para ver los efectos de la radiactividad»- y viaja, a través del personaje de una periodista de investigación desaparecida, a Perú, China y EEUU, a ciudades que son auténticas cloacas explotadas por empresas mineras y nucleares, para mostrar «que en muchas partes del mundo hay contaminación letal para el ser humano y que muchos niños son víctimas de ella».

Anhelo de inmortalidad

Más ciencia. La que hace pensar en Walt Disney y su cadáver congelado. «La criogenia existe, igual que hay gente que tras su muerte quiere que la envíen al espacio o la conviertan en diamantes. Pero hay casos de enfermos de cáncer muy ricos que han pedido que los crionicen en vida por si con el tiempo se puede curar la enfermedad. Y eso no funciona. Al calentar un cuerpo crionizado las células se rompen». El anhelo de la inmortalidad. «Es la gran búsqueda de los alquimistas y del hombre. Hoy se intenta luchar contra la muerte y el envejecimiento con cremas, operaciones... A mí me fascina esa frontera, ese pequeño instante en que la vida se detiene y llega la muerte».