NOVEDAD EDITORIAL

Un cuento de la criada para el siglo XXI

La australiana Charlotte Wood publica la celebrada 'En estado salvaje', una fábula cruel y feminista

La escritora australiana Charlotte Wood, en Barcelona.

La escritora australiana Charlotte Wood, en Barcelona. / periodico

Elena Hevia / Barcelona

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Charlotte Wood tenía 50 años y una respetable trayectoria como escritora cuando en el 2015, desde el otro lado del mundo, en Australia, su última novela, 'En estado salvaje' (Lumen), empezó a hacer sonar el tamtam, la alerta de que se trataba de un libro impactante. Esta fábula feroz con ecos de George Orwell y paisajes a lo Mad Max está habitada por diez hermosas jóvenes encerradas en un lugar desértico sometidas a sus captores y es una alegoría sobre cómo el modelo patriarcal ha utilizado históricamente el cuerpo de la mujer. Algo no muy alejado de lo que Margaret Atwood contó en 'El cuento de la criada'.

No hay nada de oscuro y torturado en el trato personal de Wood y ante sus explicaciones cabe mostrar el asombro de muchos de sus amigos cuando decidieron finalmente leer ese libro, que va camino de convertirse en una película. “Me decían: el otro día cenamos juntos y parecías normal”, recuerda ella riendo. La autora tampoco tiene muy claro qué es lo que le ocurrió exactamente cuando se puso a desarrollar esta historia terrible. “¿Qué estoy haciendo? Algo tiene que ir mal en mí. Tenía la sensación de haberme tragado todas esas actitudes envenenadas contra las mujeres y haberlas escupido en la página. Para mí fue una especie de catarsis”.

Una base real

Hay un germen en esta historia y lo peor es que no se trata de ninguna fantasía. La autora supo de un lugar en Australia que en los años 60 y 70 recluía a jóvenes con la idea de protegerlas, aunque en realidad funcionase como una cárcel en la que se castigaba a las mujeres "expuestas a un delito moral" por haber denunciado maltrato por parte de hombres, que a menudo eran sus parientes. "Pero no se castigaba a los hombres sino a ellas y esto ocurría cuando yo misma vivía mi infancia con naturalidad y creía vivir en un país inocente. Me afectó mucho”. Ese runrún argumental funcionó como el detonante de una violencia soterrada que la escritora seguía percibiendo a su alrededor. “Todavía hoy, una denuncia por acoso puede suponer para una mujer la pérdida de su trabajo. Así que decidí ubicar esa idea en un potencial futuro, un lugar extraño".

"Todavía hoy, una denuncia por acoso puede suponer para una mujer la pérdida de su trabajo"

El motor de esta historia desasosegante es una mirada feminista de la que se ufana y matiza: "Pero no se trata de un feminismo intelectual, que es el mío propio, sino de uno más desconocido, visceral y primitivo, cargado de símbolos extraños de la feminidad como las muñecas, la fertilidad de los conejos, el nacimiento, el pelo rapado de las chicas y, naturalmente, la sangre". Asegura que le ha llevado muchos años entender cuánto miedo puede dar el cuerpo de una mujer a algunos hombres y cuánto puede llegar a odiar por ello una mujer su propio cuerpo. "Ahí está Donald Trump despreciando el cuerpo de las mujeres. Él es lo suficientemente maleducado como expresarlo en voz alta pero es un sentimiento muy extendido".

La misoginia como violencia

Wood espera que las jóvenes de hoy sean más libres de lo que fue ella pero no está del todo segura de que eso sea así: "Creo que hoy en día hay mucha supervisión, mucho más control respecto a lo que se supone debe ser el cuerpo de una mujer. A las adolescentes no les importa exhibirse en las redes sociales imitando a poses de modelos. Allí son vigiladas por su aspecto constantemente".

"¿Cómo explicar la violencia contra las mujres sin que yo misma explote con ello a las mujeres?"

La principal complicación para Wood fue de qué manera mostrar la violencia, en este ambiente enrarecido y claustrofóbico, sin que el resultado se convirtiese en un espectáculo. "¿Cómo explicar la violencia contra las mujeres sin que yo misme explote con ello a las mujeres? En el libro esa violencia es más bien una amenaza que me parece más desconcertante que si la mostrara explícitamente. Yo quería proteger al lector no exponerlo pero no podía hacerlo del todo porque estoy mostrando la misoginia y ese equilibrio era difícil de conseguir".

Sonríe cuando se le pregunta si se ha sentido bien leída por los lectores masculinos. "Estoy segura de que muchos hombres han odiado el libro pero esos no son los que se acercan a hablar conmigo. Pero, en general, he tenido más respuestas de aquellos que se sienten afectados. Uno me dijo que sintió la violencia del libro de una forma muy física. Como una radiografía que nos muestra desnudos aunque no queramos".