DOCUMENTADA DIATRIBA

Sobre cómo el cristianismo exterminó la cultura clásica

Catherine Nixey publica 'La edad de la penumbra', un viaje a los cimientos de la intolerancia de la Iglesia católica y a cómo detuvo el reloj de la ciencia y la filosofía

zentauroepp43363146 nixey180522160005

zentauroepp43363146 nixey180522160005 / periodico

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Merecería ser el decimoquinto capítulo que Stefan Zweig no incluyó en sus Momentos estelares de la humanidad. La acción transcurre en una colina cercana a Nápoles a mediados del siglo XVIII. Un grupo de obreros retira piedra lávica y cenizas. Es una misión arqueológica impulsada por Carlos III, rey entonces de Nápoles y Sicilia. De repente, aparece no solo la arquitectura de una ciudad sepultada por una erupción del Vesubio del año 79 de nuestra era, la Pompeya de Plinio el Joven, sino, para rubor general, un lugar que era obvio que no había conocido el pecado original, donde "el falo era un elemento básico de la decoración hogareña". La historia de aquel excepcional hallazgo arqueológico retrata a Occidente. Siglos de represión eclesiástica dejaron sin defensas intelectuales a quienes dirigían aquella excavación. Las piezas más perturbadoras fueron confinadas en el llamado Gabinete Secreto, un lugar inaccesible durante el siglo XIX, salvo que se fuera adulto y se dispusiera de un permiso ministerial. "Las mujeres tuvieron prohibido el acceso al Gabinete Secreto hasta la década de 1980". Sí, no es un error tipográfico. 1980. Hace menos de 40 años.

Pompeya no fue solo un hito arqueológico. Su hallazgo perturbó. De repente, el mundo estaba frente a una ciudad que desconocía la condena del pecado original

Los entrecomillados del párrafo anterior son de Catherine Nixey, autora de un libro brillanteLa edad de la penumbra (Taurus), una obra de la que no leerán nada los suscriptores de alguna prensa muy conservadora española, que parece que la semana pasada solicitaron alegremente una entrevista con esta licenciada en Historia Clásica de Cambridge pero que en el último minuto la anularon cuando, quizá, leyeron las primeras páginas. Cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico. Es el subtítulo del libro. La palabra "destruyó" no está ahí gratuitamente.

A Pompeya, en honor a la verdad, Nixey le dedica solo un fragmento de un capítulo, pero es un buen punto de partida para situar este desafiante libro, un relato sobre cómo de forma premeditada y sistemática el cristianismo borró de la faz de la Tierra más del 90% de los textos filosóficos y científicos de la Grecia clásica y de su posterior franquicia romana.

"Durante siglos, la Europa cristiana había ocultado cuidadosamente la sexualidad en el mundo clásico con tanta efectividad como un Vesubio. De repente, un mundo no tocado por la mano del cristianismo salía a la luz", explica Nixey. A su manera, la autora invita a revisitar aquel yacimiento, no solo como una oportunidad de observar a través de una mirilla de una puerta del tiempo cómo era aquella sociedad romana, sino también como una ocasión única para vislumbrar lo que han representado siglos de intolerancia intelectual cristiana. "Pompeya fue sepultada dos veces: una por el Vesubio y otra por la cultura cristiana".

Celso, el filósofo feroz

Lo dicho, La edad de la penumbra es solo brevemente una aproximación a Pompeya. Es mucho más. Es un pormenorizado análisis de cómo y por qué se destruyó todo el saber clásico y cómo, por culpa de ello, el reloj de la ciencia se detuvo durante siglos y el de la filosofía tomó un camino carente de algo tan esencial como el espíritu crítico.

Celso fue el Hitchens del siglo II, un intelectual que estudió y desarmó la Biblia. Por eso no se conserva intacto ni uno de sus muchos escritos

Un buen ejemplo es Celso. ¿No les suena? Nadie debería avergonzarse por ello. De Celso no se sabe ni su nombre completo. No se conserva ninguna de sus obras. Se sabe, eso sí, que fue el primer martillo del cristianismo, un Christopher Hitchens con toga, un intelectual del año 170 D. C. Estudió con atención los textos cristianos, pues ya era una religión pujante, y, solo entonces, tras conocerlos a fondo, abordó una crítica feroz, muy moderna incluso hoy. Planteó que el virginal embarazo de María debe tener explicaciones más factibles, como un adulterio, que no una contravención de las leyes de la naturaleza. Ridiculizó la promesa de la resurrección de los muertos. Se preguntó, como salta a la vista, si el Nuevo Testamento no es una enmienda a la totalidad del Viejo Testamento. Se sorprendió de que el dios cristiano hubiera sido tan perezoso a la hora de salvar el alma de hombres y mujeres, es decir, que todos los nacidos durante miles de años antes de Jesús estuvieran condenados por falta de bautismo. Pero de las reflexiones de Celso nada se conserva en estado original, porque su pensamiento fue concienzudamente destruido. Quemado, como el 90% de los textos clásicos.

¿Cómo se sabe, pues, de Celso? Pues por una curiosa versión de lo que hoy se conoce como el efecto Streisand, cuando por no querer que se popularice algo, se habla de ello y se logra el efecto contrario. Cometió ese error Orígenes, un erudito tal vez algo eclipsado por Santo Tomás y San Agustín, pero pese a ello uno de los tres pilares de la teología cristiana. Se empecinó en desacreditar a Celso, una tarea en la que era imprescindible presentar primero sus heréticas afirmaciones. Por eso se conocen. Gracias a Orígenes, su detractor.

Hipatia, La Academia, La Biblioteca de Alejandría...

"A los romanos más educados y cultos les sorprendía enormemente este dios tan represivo y tan obsesivo, como si fuera un dictador moderno. No podían entender por qué a ese dios le preocupaba tanto la cotidianidad de su pueblo. Es un dios, es omnipresente y todopoderoso, ¿qué hace fisgando lo que hago en mi cocina o mi dormitorio? ¿No tiene nada mejor que hacer?", resume Nixey sobre la sorpresa que causó el cristianismo en Roma.

La quema de libros, imagen icónica de la intolerancia, fue común tan pronto como el cristianismo pasó a ser la religión oficial de Roma

Menos suerte que Celso tuvo Demócrito, el atomista por excelencia, del que se conserva una lista imparcial de los títulos de sus obras, pero no sus obras. Nixey recurre a un físico teórico actual, Carlo Rovelli, para parafrasear qué supuso la desaparición de todos aquellos trabajos de estudio y análisis. "Es la mayor tragedia intelectual resultante del colapso de la vieja civilización clásica". A la lista de despropósitos habría que sumar el asesinato de Hipatia, el cierre de la Academia filosófica de Atenas y el consecuente exilio de su último responsable, Damascio, la destruccion sistemática de los fondos de la Biblioteca de Alejandría

Para Nixey, en cierto modo, escribir La edad de la penumbra ha tenido algo de exorcismo personal. "Una de las ideas que siempre me habían trasmitido mis padres cuando era niña es que la Iglesia católica había sido la garante y protectora del saber y la educación clásicos. Me inculcaron la imagen mítica, retratada también por Umberto Eco en sus obras, de los monjes intelectuales que amaban y defendían la literatura y la cultura. Recuerdo esa frase que aparece en boca de uno de los personajes de Eco en ‘El nombre de la rosa’: ‘Un monasterio sin libros era como un prado sin flores’. Yo tenía completamente arraigada la creencia de que la Iglesia católica había salvado y conservado el saber clásico".

Fue ya de adulta, como estudiante en Cambridge y con un texto de Aristóteles como lectura entre manos, cuando comprendió que algo no encajaba. "Me hizo comprender que el espíritu crítico del mundo clásico nunca podría haber convivido con el mundo intelectual cristiano de la manera que me habían contado". Esta fue una guerra de concepciones del mundo en la que no se iban a hacer prisioneros. El cristianismo, según Nixey, redefinió el concepto de intolerancia.

Una religión sin humor

"En el Imperio Romano hubo momentos de intolerancia religiosa, por supuesto, pero el hecho diferencial está en que la cristiandad llevó esa intolerancia a un nivel que no se había visto antes y del que el mundo aún no se ha recuperado", sostiene la autora. "Por primera vez en la historia la forma en que nos definimos como seres humanos (hombre, mujer, griego, romano, hombre libre, esclavo…) fue por si éramos o no cristianos. Todo se reducía a esa dualidad. Y muy pronto todo aquello que no fuera definido como cristiano se convirtió en inaceptable". Es más, tal y como subraya Nixey en el libro, venció en ese pulso una religión que culturalmente no mostraba ni un solo gramo de sentido del humor y sí, por el contrario, una sospechosa afición por el martirologio y por la incultura.

Nixey agranda ahora la gran biblioteca anglosajona de ensayos críticos con la religión, una tierra en constante barbecho en España e Italia

Una vez más, pues, procede del mundo anglosajón una documentada diatriba contra la religión, en este caso la cristiana. Lo natural sería que este tipo de reacciones casi cutáneas se produjeran en España o Italia, pero desde Edward Gibbon es Inglaterra quien llena las estanterías del ateísmo o, cuando menos, del anticlericalismo. Dice Nixey que, si es así, no ha sido tan fácil. "Por ejemplo, en la cultura anglosajona, hasta 1871 había que ser ministro de la Iglesia para poder ser profesor en Oxford o en Cambridge. Sin embargo, es cierto que los historiadores británicos han tenido cierta libertad para escribir y quizá intuir que existe una narrativa alternativa a la de la Iglesia católica".

En otros tiempos, ‘La edad de la penumbra’ habría ido de cabeza al índice de libros prohibidos de la Iglesia. ¿Es consciente de ello Nixey? Sí. "Sería un honor. Así como la mejor librería de música la tiene el demonio, el Index Librorum Prohibitorum tiene los mejores libros. Con gusto me sumaría a Gibbon en ese catálogo".