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RAMÓN De España

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Sostenía el hilarante crítico norteamericanoJoe Queenanque a él le bastaba con ver el tráiler de una película para emitir su veredicto. A grandes rasgos, sus reacciones se reducían a tres: 1. ¡No me la pienso perder! 2. Ya la alquilaré cuando salga en vídeo. 3. ¡Ni loco me trago yo semejante bodrio!

Aunque ya no sé muy bien dónde publica desde que cerró la revistaMovieline, donde el hombre brillaba con luz propia, desde esta columna le digo:Joe, compadre, te he superado, a mí me basta y me sobra con el cartel de cualquier película para saber lo que me espera.

Fijémonos, sin ir más lejos, en el deMis tardes con Margueritte, la última cursilería dirigida porJean Becker (ay, si su pobre padre levantara la cabeza...). Sentados en un banco, vemos aGerard Depardieu,hecho un ceporro, por cierto –debería considerar seriamente la posibilidad de abandonar la ingesta masiva de salchichón o, en su defecto, adoptar la indumentaria de Obélix en la vida real–, y una ancianita adorable de níveos cabellos que lo contempla arrobada.No hace falta enterarse de que la película trata del amor blanco entre una cacatúa y el tonto del pueblo, pues el cartel no puede ser más explícito al respecto. Basta con echarle una mirada para optar por el veredicto número tres del señorQueenan.

La eficacia de este cartel solo se ve superada esta semana por la de la última memez deAngelina Jolie,Salt. Aquí ha bastado con un primerísimo plano de la actriz que, si no se confunde con un anuncio de las virtudes del bótox, no puede ser más sincero: a cambio de sus euracos, va usted a tener aAngelina Joliehasta en la sopa.

Evidentemente, no pretendo creerme más listo que mi admiradoJoe Queenan.Lo que ocurre es que la publicidad ha dado un paso de gigante y ya no es necesario ver las imágenes en movimiento de una película para saber si nos espera una obra de arte o un pestiño.

Solamente nos queda, pues, rendir justo homenaje a los responsables de los carteles cinematográficos, esos seres anónimos gracias a cuyo talento, ingenio y capacidad de síntesis tanto dinero nos ahorramos los sufridos cinéfilos.