Cannes se rinde a 'Mad Max'

NANDO SALVÀ / CANNES

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Al mundo no le hacía falta una nueva película de 'Mad Max'. Habían pasado tres décadas desde 'Más allá de la cúpula del trueno' (1985), tercera entrega de la aventuras del policía mutado en justiciero Max Rockatansky en un mundo desértico y salvaje, y ni los amantes de la saga necesitábamos la cuarta. Mejor dicho, creíamos no necesitarla. Qué equivocados estábamos.

Porque ayer 'Mad Max: Furia en la carretera' vio la luz en Cannes -hoy lo hace en los cines españoles (ver crítica en la página 59)-, y es una obra maestra del cine de acción, deslumbrante y brutal y hermosa por el modo en el que invalida la definición tradicional de 'blockbuster'. Viéndola resulta inexplicable que Hollywood haya desaprovechado durante tanto tiempo a su director, George Miller, del modo en que lo ha hecho. La última película de acción real que el australiano rodó fue 'Babe, el cerdito en la ciudad', y eso sucedió hace 17 años.

Antes, particularmente con 'Mad Max 2: El guerrero de la carretera' (1981), Miller más o menos inventó el cine posapocalíptico como hoy lo conocemos, pero no solo eso: aquella segunda entrega parecía obra de un extraterrestre. Nadie antes había hecho una película que se moviera a una velocidad tan demente, y que fuera un milagro de precisión a pesar de sugerir un descontrol total. Es el precedente espiritual de esta 'Furia en la carretera'Ahora bien, si usted no ha visto ninguna película previa de 'Mad Max', no importa. Si es usted un fan de la serie, tampoco importa. Aquí Miller cuenta una historia autónoma, y no hay nada que necesitemos saber del héroe que no nos cuente, a pesar de que cuenta más bien poco: que se rige por su instinto de supervivencia y por el tormentoso recuerdo de aquellos a quienes no pudo salvar. Dos cosas han cambiado: 1. Ahora no le da vida Mel Gibson sino Tom Hardy, impecable. 2. Ya no es un héroe solitario. Al contrario, el filme medita sobre el poder que otorga encontrar una comunidad y tener algo por lo que luchar en un mundo sin esperanza.

Ciudad distópica

En 'Furia en la carretera' el epicentro de ese mundo es una ciudad distópica que bien podría haber sido modelada con un ojo puesto en Metrópolis, de Fritz Lang, y otro en una pintura de El Bosco, y que gobierna un déspota mitad Skeletor mitad guerrero kabuki. Al inicio del relato Max es prisionero de ese rey, y al escapar unirá fuerzas con una disidente llamada Furiosa, que interpreta Charlize Theron y que es el verdadero héroe de la película. A partir de ahí, mientras va dotando la relación entre ambos de gran pegada emocional, la película se revela como la historia de un grupo de mujeres que deciden luchar contra sus monstruosos opresores masculinos en busca de la libertad.

Película muda pero ruidosa

En el proceso, lo que vemos es básicamente una persecución del punto A al punto B, y de vuelta al punto A; una sucesión de coreografías de acción que se suceden de forma vertiginosa y que evocan tanto al John Ford de 'La diligencia' (1939) como al Buster Keaton de 'El maquinista de la general' (1926). De hecho, dada su escasez de diálogos y sus asombrosas coreografías del caos, tiene el aire de una película muda, aunque una muy ruidosa.

«Concibo el cine de acción como música visual», afirmó ayer Miller, que tiene 70 años pero quién lo diría viendo las carreras automovilísticas que ha orquestado, verdaderas sinfonías de destrucción sostenida que incorporan una lista de nuevos vocablos a un lenguaje, el del cine de acción, que lleva tiempo sumido en la rutina. Hay momentos en esas secuencias en los que en una misma imagen suceden seis o siete cosas a la vez, y el efecto es de una belleza surreal. Hay tanto que contemplar, tanto ante lo que no dar crédito, que ayer en Cannes, al salir del cine, más de uno lo hizo borracho.