Richard Flanagan: en el amor y en la guerra

'El camino estrecho al norte profundo', la novela monumental ganadora del Man Booker 2014, confirma a Flanagan como primera voz entre los australianos de su generación

El escritor australiano Richard Flanagan.

El escritor australiano Richard Flanagan. / JON BARANDICA

Enrique de Hériz

Enrique de Hériz

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En 1943, en plena guerra mundial, los japoneses construyeron una vía de ferrocarril para abastecer, desde Tailandia, a sus tropas asentadas en la recién conquistada Birmania. Los británicos habían descartado un desafío similar porque implicaba condenar a muerte a una buena parte de los obreros que intervineran en él. Los japoneses pusieron manos a la obra a unos 300.000 hombres, entre los que se contaban ni más ni menos que 60.000 prisioneros del bando aliado. El resto eran locales, civiles tailandeses y birmanos. Murieron cerca de 100.000 civiles y 13.000 soldados. El padre de Richard Flanagan fue uno de los supervivientes de ese oscurísimo pasaje de la guerra.

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Ese episodio histórico, en el que los australianos eran paradójicas víctimas de una guerra que terminaron por ganar, traumatizó la memoria colectiva australiana, que -acaso reconfortada por visiones ingenuas como 'El puente sobre el río Kwai'- prefirió olvidarlo durante muchos años. En las últimas décadas han visto la luz algunos testimonios de quienes protagonizaron esa trágica esclavización, documentación utilizada por Flanagan, además de la información directa recibida por vía familiar, para construir esta historia.

En su centro está Dorrigo Evans, cirujano de guerra, oficial al mando de algo menos de un millar de australianos enfrentados a la necesidad de sobrevivir en un contexto de hambre, cólera, disentería, malaria, letrinas desbordadas. Y a algo peor: la violencia ciega, imperial, casi religiosa de sus captores. Uno de los mayores méritos de la mirada que Flanagan proyecta al lado más oscuro de la violencia humana está en su negativa a transformarla por medio de la fantasía. Sus torturadores no hacen nada ni siquiera medio sofisticado: matan de hambre a sus esclavos, los muelen a palos. "Es posible encerrar el horror en un libro, darle forma y significado -afirma el narrador-. Pero en la vida, el horror carece de forma, tal como carece de significado. El horror es, y punto".

Cuando Flanagan se dedica a relatar ese horror consigue mostrarnos a la vez el fango de la humanidad y las piedras preciosas que en él se esconden, y su novela alcanza una altura monumental. Evans (capaz de recitar el 'Ulises' de Tennyson e invocar el primer círculo del infierno de Dante ante el barracón de los enfermos de cólera) es un personaje complejo, héroe a su pesar; sus secundarios, compañeros en el horror, se vuelven reales, generosos y mezquinos a la vez. La idea de aportar también el punto de vista de los captores, japoneses y coreanos, incrementa la complejidad de la mirada. Bravo. Esos pasajes abundantes alcanzan una hondura que honra la tradición fundada por Conrad.

Cuando se adentra en la parte más sentimental de su historia (Evans sobrevive al horror gracias al recuerdo de Amy, amante prohibida de antes de la guerra), la sensación de enorme y poderoso realismo generada por el relato central sucumbe a una relativa impostura, aunque el triste y decaído Evans posterior a la guerra, harto de una imagen heroica que no es sino una proyección de la sociedad en él, sabedor de que nunca volverá a experimentar la intensidad vital que le ofreció el amor y le arrebató la guerra, recupera de nuevo nuestro interés.