Bye, bye, 'Mad men'

Los protagonistas.A la derecha, el antihéroe Don Draper (Jon Hamm)

Los protagonistas.A la derecha, el antihéroe Don Draper (Jon Hamm)

JUAN MANUEL FREIRE / BARCELONA

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Otras series salieron antes, pero Mad men nació prácticamente con el inicio de la última Era Dorada de la televisión, allá por el 2000, cuando Los Soprano llevaba poco en antena. Fue por entonces cuando Matthew Weiner -cuatro años después productor de Los Soprano, precisamente- escribió el primer borrador del piloto de una serie destinada, con su estreno en AMC siete años después, a hacer historia.

Su episodio final, que este lunes emite Canal+ Series (21.30 horas), representa el final de toda una época: el de las series con grandes antihéroes -o lo dejaremos en personajes complejos- que vinieron a quitar cierto liderazgo a la novela como plataforma para historias ricas, expansivas, densas, de las que dejan poso e invitan a tomar un respiro antes de pasar al siguiente capítulo.

Mad men, para quien aún no se haya acercado a ella, nacía en 1960, en el crepúsculo de la administración Eisenhower. El paisaje es el mundo del publicista de Madison Avenue, y nuestro (anti)héroe, el director creativo Don Draper (Jon Hamm), un tipo tan misterioso que, según su compañero Harry Crane (Rich Sommer), «bien podría ser Batman».

Serie del desasosiego

Y desde luego, una identidad secreta tiene. Mad men es, entre otras cosas, una historia sobre personajes que tratan de reescribir su curso vital para darse de bruces, antes o después, con el peso del pasado. Sobre la insatisfacción crónica de unos personajes, Don en particular, para los que todo es nada. Quizá sobre la conclusión tardía de que un poco de felicidad es el paraíso.

Don Draper, como sus colegas Harry (Rick Sommer), Roger (John Slattery) o Pete Campbell (Vincent Kartheiser), viven en principio unos días de exceso casi insolente. Fuman, beben, juegan con sus secretarias. Según Weiner, su serie «trata sobre los deseos contradictorios de los hombres americanos, y de las mujeres, que son las que pagan el precio».

La segunda temporada se centró, de hecho, y para sorpresa de quienes empezaban, perversamente, a tomar a estos mad men como modelo de conducta, en los personajes de Betty (January Jones), Joan (Christina Hendricks) y Peggy (Elisabeth Moss), con todos sus altibajos, un modelo final de dignidad, de perseverancia. Un modelo también para el 2015: si la serie ha funcionado tan bien, debe ser en parte porque las situaciones descritas (sobre todo en cuestiones de género y de raza) siguen siendo relevantes.

En EEUU se ha popularizado el término binge-watching, que se podría traducir atracón de series. Se trata de tragar capítulo tras otro, lo que puede producir no flato, sino cierto colapso mental. Y dejar de apreciar las múltiples delicadezas de matiz de una serie como Mad men.

Weiner siempre se ha planteado cada episodio como una película de una hora: casi un mundo en sí mismo, con posibles cambios de tono respecto al episodio anterior. Como los mejores filmes, igual requieren más de un o dos visionados para ser apreciados en su totalidad. Como los libros de John Cheever y Richard Yates que la inspiran, quizá Mad men deba masticarse con lentitud.

Mad men es poco televisiva. Engañosamente estática, bebe de Hitchcock y Wong Kar-wai para lo que Phil Abraham (director de fotografía del piloto y, después, autor de algunos de sus mejores capítulos) definió como «increíble baile de interpretación y puesta en escena». Probablemente no vuelva a surgir una serie tan elegante como Mad men, y no solo por el diseño de vestuario; su sutileza a todos los niveles no rima con los tiempos que corren.

¿Esto es todo?

La segunda mitad de esta temporada final de Mad men empezó con un episodio, Finiquito, cuyo leitmotiv musical era el clásico «Is that all there is?» («¿Eso es todo lo que hay?») en la popular versión de Peggy Lee. Esa pregunta parece hacerse Don Draper en otro momento de desconcierto existencial. Y también algunos espectadores que, quizá, esperaban de la serie otra cosa que dramas circulares (exquisitos dramas circulares).

El creador de Mad men no tiene miedo a decepcionar con el desenlace. Preguntado sobre si siente que debe darle a cada personaje un momento final, Weiner aseguraba: «No siento que le deba nada a nadie». Y añadía: «Todo lo que puedo decirle es que estamos contando una historia y esta es la conclusión natural de la historia». ¿Cómo acabará todo? Las especulaciones abundan. ¿Habrá un gran salto en el tiempo? Quizá. ¿Saltará Don desde la ventana, como parecen profetizar los créditos? Sería horrible.

Sea como sea, por todo lo ofrecido hasta ahora, máximo respeto. Y hasta siempre, Mad men.