OTROS ESCENARIOS POSIBLES

Micro abierto y boca cerrada

Decenas de aficionados se citan los jueves en el Big Bang del Raval para foguearse como cantantes en un ambiente afable y relajado

Otros escenarios posibles  Jam session de blues  rock i funk

Otros escenarios posibles Jam session de blues rock i funk / FERRAN SENDRA

Nando Cruz

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La calle Botella apenas tiene ochenta metros. Hay tres peluquerías: la de Umair Qamar, la de Amjid y una latina llamada Unidos Por el Flow. También hay dos locales de envío de divisas, una tintorería, una tienda de electrodomésticos de segunda mano, una lampistería, un colmado, dos restaurantes modernos, la frutería de Mudassar Cheema y varias plantas bajas cerradas. Pero eso es lo que está a la vista. Lo que no se ve son las habitaciones de camas calientes y un narcopiso al que delata la creciente presencia de jeringas tiradas.

Es un espacio cultural de proximidad que teje lazos en el barrio. Los jueves y los domingos hay veladas de micro abierto 

Esta minúscula travesía en pleno Raval es conocida principalmente por el Big Bang. Cuando abrió sus puertas en 1992, Keith Richards autografió un póster de su concierto en Zeleste con dedicatoria especial al bar. Este otoño el Big Bang cumplirá 25 años, pero sus dueños no se atreven a celebrarlo. Temen llamar la atención y recibir más visitas de la policía. Dos carteles en la puerta especifican el aforo (76 personas) y el volumen (78 decibelios). Así esperan frenar las inspecciones de agentes, uniformados o de paisano, que los  tienen martirizados. Laura y José Manuel son los verdaderos mártires del compás.

Discreción y perseverancia

El Big Bang no vende alcohol a menores, no trafica con droga y no imprime papeletas electorales. Ofrece música en vivo con discreción y perseverancia. Es un espacio cultural de proximidad que teje lazos en el barrio. Su actividad no es delictiva, pero prefieren trabajar con la boca cerrada. Los jueves y los domingos hay veladas de micro abierto. Marc Daniels, vecino de la comunidad filipina, ameniza estos encuentros en los que quien quiera puede salir a cantar.

Liam, otro joven filipino, calienta con él los minutos iniciales. La dinámica de la velada es sencilla: si quieres cantar, te apuntas en la libreta que hay sobre el piano y ya te tocará. En cuanto finalizan su versión del 'Ain’t no sunshine', se apuntan tres jóvenes. Tras la balada soul de Alicia Keys, se apuntan dos más.

En el Big Bang cuesta distinguir entre quien viene solo a escuchar y quién viene dispuesto también a cantar. El espectador más alejado del escenario está a apenas diez pasos. Así cuesta menos vencer la vergüenza. Hace cinco años, explica Laura, el 90% del público era local, pero cada vez predominan más los extranjeros. Jeremy cantará dos boleros. Dos yanquis alegran el ambiente con guitarra y trompeta. Se llaman Slap Sandwich. Ya se ha roto el hielo.

Una ludoteca musical

El resuelto Marc Daniels aclara que al Big Bang nadie viene a exhibirse, sino a disfrutar. Hay músicos en rodaje que prueban sus composiciones y aficionados que solo quieren confirmar si valen para esto o no. Los hay que simplemente desean cantar un rato sin necesidad de alquilar una sala y extranjeros de paso que curan su añoranza a través de la música. El Big Bang es un gimnasio, una ludoteca y una guarida para melómanos anónimos. Es un servicio público para cientos de ciudadanos. Si acabase cerrando, mucha gente quedaría huérfana.

Nadie viene a exhibirse, sino a disfrutar. Hay músicos en rodaje que prueban sus composiciones y aficionados 

Sigue entrando gente: parejas, grupos y almas solitarias. En las mesas, las conversaciones suben o bajan de tono según el encanto de cada intérprete. Marc ajusta micrófonos, presenta a los cantante, reclama aplausos y recoge botellas vacías. Todo, sin dejar de sonreír y fomentando la camaradería entre el personal. En la barra hay un batería al que le encantaría tocar, anuncia Marc.

Jaime estrena una canción que aún no tiene letra. Un escocés enmudece el local con una preciosa pieza al piano. Víctor advierte que él canta peor y que las siete lecheras que acaba de ver en la ronda de Sant Antoni le han inspirado a tocar 'Insurrección' de El Último de la Fila. "Me siento hoy como un halcón llamado a las filas de la insurrección", canta. Acto seguido, altera la letra del espiritual negro 'Go, tell it on the mountain' para reclamar el derecho a votar.

Democracia real, yeah

La noche está en su punto. David borda una de los Beatles e invita a una chica que acaba de conocer a compartir una de Ed Sheeran. "Se llama Noemí", dice. "No, me llamo Mariona", puntualiza ella. "¿Lo veis? ¡La acabo de conocer!", se excusa. El público que entra ahora ya se sentará en los escalones. Un italiano aborda con pasión 'Redemption song'. "Nadie más que nosotros puede liberar nuestras mentes", decía Bob Marley. Aquí cada cual canta lo que quiere.

Es un gimansio, una ludoteca y una guarida para melómanos anónimos. Es un servicio público para cientos de ciudadanos 

Liam y Marc vuelven al escenario y montan en medio minuto otra banda a la que se suma el batería de la barra. Cantará Kim. Marc advierte que ni Kim ni Liam son sus hermanos. No, no son los Jacksons filipinos. Su versión del 'Price tag' de Jessie J logra que el público coree el estribillo como si estuvieran en una fiesta entre amigos. Laura filma el breve set de Liam, de quien se rumorea que pronto saldrá en 'La voz'. Tiempo atrás tocó en un grupo de metal, pero se ha tirado al r&b. Hoy pone su falsete al servicio de hits de Drake y Sam Smith.

El subidón de la noche está al caer. Lo protagonizará Isa, otra habitual de la cantera filipina. Ha rebuscado en el cementerio de las power ballads y se ha aprendido 'Total eclipse of the heart' de Bonnie Tyler. Sin pedirlo siquiera, el bar entero se arranca a cantar el estribillo. En las veladas de micro abierto no depende todo tanto del nivel del intérprete como de dar con esa canción que conquiste la unanimidad. Y hoy Isa ha hecho diana en el open mic de Big Bang.

Aún hay varios turnos pedidos y otros que no podrán cantar porque ya es medianoche. Liam, Marc y compañía cierran la sesión con el 'Uptown funk' de Bruno Mars y el 'Seven nation army' de The White Stripes. Por fin el público se anima a bailar. En cuando pare la música, varios participantes intercambiarán teléfonos. Tal vez queden un día para compartir tarima. Como ha dicho antes el polivalente Daniels, en el Big Bang unos descubren músicos y otros, el amor.

Una niña pasa por delante de la puerta del Big Bang con su patinete. Una mujer con nicab lleva una bolsa en cada mano. Un guiri rubio la adelanta con su bicicleta. Nueve amigos rompen el silencio de la noche con sus carcajadas. Nadie les multará porque están frente al local que hay veinte metros más allá. Si tienes un restaurante o un bar de copas no eres responsable del jaleo que arme tu clientela, pero si programas conciertos, te pueden crujir con una multa de 300 a mil euros en virtud de la ley de espectáculos. Tres de esas y te rindes, como hizo el bar Gypsy Lou. Así se protege en esta ciudad el tejido cultural.