FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

'Beautiful boy' simplifica la bestial crisis de drogas que sufre Estados Unidos

La película protagonizada por Timothée Chalamet está basada en los libros de memorias de un padre y un hijo

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Nando Salvà

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Las drogas, ya se sabe, matan. Es así. Las sobredosis causaron 72.000 muertes el año pasado en Estados Unidos, más que las armas de fuego o los accidentes de tráfico. De tan salvajes niveles de adicción y mortandad nos informa en sus últimos compases el drama 'Beautiful boy', este lunes presentado a concurso en el Festival de San Sebastián, justo antes de recordarnos con un par de frases bonitas impresas en pantalla lo importante que es pedir ayuda. Esas palabras finales dejan claro que, al menos hasta cierto punto, la película aspira a funcionar con fines preventivos o terapéuticos; todo lo sucedido durante las dos horas de metraje previo sugiere que, en cambio, tratar de cautivar al espectador a base de méritos artísticos no era una prioridad.

Basada en sendos libros de memorias a cargo de David y Nic Sheff, padre e hijo, 'Beautiful boy' transcurre dando sucesivos saltos atrás y adelante en el tiempo. De inmediato se nos informa de que el padre ha descubierto que el hijo es adicto a la metanfetamina. Trata de ayudarle, pero los intentos de rehabilitación del joven no logran apartarlo del camino autodestructivo que ha emprendido. Mientras contempla a Nic abandonar la universidad y mandar su vida al garete, David recuerda cómo, un día, compartió con él un cigarro de marihuana. En efecto, 'Beautiful boy' demuestra que en el 2018 aún hay quienes creen que de fumarse un porro a chutarse hay solo un paso.

A partir de entonces, la película se limita a contemplar cómo Nic se rehabilita y luego recae, y luego vuelve a rehabilitarse y después, de nuevo, a recaer. En una ocasión, y en otra, y en otra más. Vemos a los dos personajes llorando, y gritándose, y hablar por teléfono o mirar con cara de circunstancias a la cámara. También vemos al muchacho pasarse con la dosis. La primera vez que eso sucede resulta impactante; las otras ya no, a pesar de la insistencia con la que el director Felix van Groeningen recurre a la música de la banda sonora con el fin de dejarnos la garganta hecha un nudo.

Van Groeningen obtuvo una nominación al Oscar en el 2012 gracias a 'Alabama Monroe', una película en la que retrataba a una pareja destruida a causa de la enfermedad terminal de su hija -se desconoce si aspira a convertirse en el retratista oficial de los traumas familiares-. Y es más que probable que también 'Beautiful boy' acabe obteniendo candidaturas a lo largo de los próximos meses al menos para sus dos actores protagonistas. En la piel del padre, Steve Carell vuelve a hacernos olvidar que un día era valorado exclusivamente como cómico, y en la del hijo Timothée Chalamet -ya nominado a la estatuilla gracias a 'Call me by your name' (2017)- ofrece el tipo de exceso interpretativo que tanto gusta a quienes reparten este tipo de premios.

"La película deja claro que la adicción no tiene límites y no discrimina en base a raza, género o clase", explicaba ante la prensa el actor, convertido en uno de los intérpretes de moda en Hollywood. Y es cierto que las drogas no hacen ese tipo de distinciones. Pero hay algo problemático, por último, en el hecho de que la que cuenta 'Beautiful boy' sea solo la historia de una adinerada familia blanca y no les dedique ni siquiera un plano a los tipos seguramente negros o latinos que le pasaban a Nic su cristal. Por supuesto que la historia de los Sheff es relevante, pero Van Groeningen parece querer decirnos que su caso es especialmente trágico porque este tipo de cosas no deberían pasarle a este tipo de personas. Y en todo momento 'Beautiful boy' se esfuerza por pasar por alto que en la supervivencia del muchacho sin duda tuvo que ver la cantidad de privilegios que provenir de donde provenía le proporcionó.

Viaje al pasado

También presentada el lunes a concurso en el certamen donostiarra, 'El libro negro' es un relato de pasión e intriga ambientado en la Europa de finales del siglo XVIII y lleno de músicas orquestales, decorados fastuosos y afectadas voces en off. Su mirada, absolutamente despojada de cinismo o distanciamiento moderno, ha llegado a ser tan infrecuente en el cine de época actual que mientras la ve uno espera que alguno de sus protagonistas se gire a cámara en cualquier momento y nos guiñe un ojo. Pero no.

La directora Valeria Sarmiento -conocida sobre todo como colaboradora de su marido, el ya fallecido maestro chileno Raoul Ruiz- acompaña los destinos de un huérfano francés y la cuidadora italiana decidida a garantizar el bienestar del pequeño. Los contempla transitar por los cambiantes paisajes sociales y políticos de ese tiempo, y pasar tanto por revelaciones con respecto a su linaje como por cambios radicales de posición social e interacciones con figuras poderosas. En el proceso, ofrece suficientes alicientes para aquellos espectadores que busquen deleitarse con el vistoso atrezo o perderse en sus giros argumentales, pero carece del tipo de intrepidez formal o de ingenio narrativo necesario para otorgarse a sí misma una razón de ser del todo convincente.