festival de cine

Assayas convence en Venecia

El francés mira a las revoluciones estudiantiles en 'Después de mayo'

El director francés Olivier Assayas, ayer en Venecia.

El director francés Olivier Assayas, ayer en Venecia.

NANDO SALVÀ / Venecia

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Paul Thomas Anderson y su The Master ya tienen quien les plante cara en la pugna por el León de Oro. En Después de mayo, presentada ayer en la Mostra, Olivier Assayas vuelve a confirmarse como un narrador portentoso, capaz de hallar un equilibrio perfecto entre lo íntimo y lo social, proponer reflexiones de peso sin hacer discursos, y orquestar una colección de imágenes avasalladoras.

Después de mayo sucede tres años después de las revueltas de 1968. En los suburbios de París, los estudiantes continúan la lucha contra un gobierno reaccionario y una sociedad complaciente. «Los jóvenes tenían un compromiso absoluto por combatir la falta de conexión que existía entre el viejo y el nuevo mundo. Creían que iban a cambiar las cosas en seis meses. Obviamente, no fue así», aseguró ayer Assayas. En 1971 él tenía 17 años, la misma edad que Gilles, su alter ego en el filme. El mayor logro de Después de mayo es cómo capta las diversas etapas que la educación política y personal del personaje atraviesa, abriéndose camino por los laberintos del amor y equilibrando sus ambiciones creativas con las demandas de la acción política.

Assayas rememora cómo prefirió el arte a la revolución, y lo hace sin un ápice de arrepentimiento ni de nostalgia. A diferencia de la mayor parte de los retratos previos de la época, Después de mayo no se deja llevar por el romanticismo ni la idealización. Assayas es muy consciente de que el idealismo que él y sus compañeros de generación compartían estaba tiznado de ingenuidad, egocentrismo y mucha inconsistencia. El francés compite por primera vez en la Mostra. Menudo debut.

En cambio, Takeshi Kitano está presente por octava vez en el certamen ¿ya consiguió el León de Oro en 1997 con Hana-Bi: Flores de fuego¿. Outrage Beyond, la película que ayer presentó a concurso, es la secuela de Outrage (2010), que en su día supuso el regreso del nipón al cine de yakuzas, aquel que le dio sus primeros éxitos y con el que siempre ha confesado sentirse cómodo.

ENTRETENIMIENTO / «Me gustaría poder hacer cine más artístico, pero tengo que hacer entretenimiento para tener espectadores», se justificó Kitano. El problema es que, antes de ofrecernos ese entretenimiento (esencialmente, japoneses golpeados, mutilados y aniquilados en pantalla) el director aquí nos somete a más de una hora de metraje de impenetrable cháchara entre gángsters.

En todo caso, si la película de Kitano resulta tediosa es por lo difícil que resulta tener una idea clara de qué pasa en cada momento. Buena parte del relato consiste en tipos trajeados que se gritan entre sí, sin dejarnos averiguar en qué bando están ni cuáles son sus códigos. Y cuando la violencia finalmente se desata, en general carece del barroquismo que convirtió a su predecesora en un festival de slapstick macabro ¿chopsticks clavados en el oído, dientes taladrados, ahorcamientos desde el interior de un coche¿. Pero al menos, eso sí que es cierto, incluye una escena en la que una máquina que lanza pelotas de béisbol golpea a un nipón hasta reventarlo. Así sí.