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Arte para críticos

Mikel Lejarza

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Imagínense que los futbolistas más goleadores y los más queridos fuesen los más criticados por los periodistas especializados. No es así. Messi, Ronaldo, Neymar..., llenan los estadios  sus equipos son los más competitivos y jóvenes de todo el mundo lucen con orgullo camisetas con su nombre. Luego, cada cual tiene sus propios ídolos a los que admirar o sencillamente sus pasiones van por otros caminos, pero el reconocimiento de aquellos que triunfan en unas prácticas en las que se compite por ser mejores que otros es unánime. Sin embargo, en el audiovisual no pasa lo mismo salvo raras excepciones y en el caso del cine el comportamiento habitual es justamente el contrario.

Alfred Hitchcock, ningún ignorante en cuanto a conocimiento del sector cinematográfico se refiere, mantenía  que el cine es un espectáculo y que el público es el destinatario, por lo que el objetivo final de toda película era el de llenar las salas. Algo tan de perogrullo como si un delantero centro dijera que su labor consistía en meter goles y llenar los estadios. Sin embargo, la crítica tardó muchos años en alabar su trabajo, y siempre le tacharon de «comercial» y escasamente artístico. Ahí está la explicación. Para muchos comentaristas cinematográficos, el cine es un arte y los criterios con los que se evalúa parten exclusivamente de dicha consideración, sin tener en cuenta que una comedia es buena si hace reir, un drama si emociona y un thriller si atrae la atención de los espectadores. Pero al cine le exigimos que además sea arte. Así, que sigan imaginando y piensen en un comentarista deportivo que criticara al máximo goleador de un equipo por no moverse con la gracilidad de Nuréyev. El fin de semana del 6 de junio fue el peor del año en cuanto a taquilla cinematográfica, superando a dos fines de semana de mayo, que ostentaban el dudoso honor hasta el momento. La taquilla anual del 2015 está un 6% por debajo en recaudación y un 9% en espectadores respecto al 2014; en el último lustro han cerrado la mitad de las salas dedicadas al cine y las que quedan van camino de convertirse en lugares donde los niños celebran sus cumpleaños; pero cuando con ese panorama una película española compitiendo con otras de muchísimo mayor presupuesto logra el milagro de que cientos de miles de personas vuelvan a llenar los cines, los críticos más sesudos son incapaces de reconocer el mérito que un hecho así tiene y se dedican a masacrarla, mostrando que la separación entre público y crítica cinematográfica se agranda cada día más. El cine se defiende haciendo buenas películas que lo enaltezca como lenguaje narrativo de las mejores historias; también desde su capacidad para crear miradas que nos llenen los ojos con imágenes desconocidas; por supuesto emocionando y divirtiendo, pero también es una industria que exige de público para mantenerse y por ello, también se la defiende llenando las salas. Lograrlo no es nada fácil y pocos lo logran, de ahí que estaría bien que los críticos que dicen amar al cine, consideren al público tan inteligente como a sí mismos y reconozcan que una película que el público ama siempre es una buena película.

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