CRÓNICA DE CONCIERTO

Arcade Fire, emotivo 'blockbuster' pop

El grupo canadiense exhibió repertorio, sensibilidad y sentido del espectáculo en el Palau Sant Jordi

Concierto de ARCADE FIRE en el Palau Sant Jordi  En la imagen Win Butler y Regine Chassagne

Concierto de ARCADE FIRE en el Palau Sant Jordi En la imagen Win Butler y Regine Chassagne / .43028228

Juan Manuel Freire

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Grandiosidad y elocuencia pueden, a veces, no tantas veces, ir de la mano: véase el caso de Arcade Fire, esa banda de raíz canadiense que se ha hecho famosa por canciones grandes a la par que frágiles y salvajes, o macroconciertos en los que no prescinden del sentimiento de intimidad. De la humanidad.

En la gira 'Infinite content' presentan un disco, 'Everything now', de canciones con mayor distancia irónica de lo habitual en ellos: dardos a la sociedad de la (sobre)información bajo el influjo musical del pop sueco (o ABBA, sin más) y la música disco. Pero su segundo asalto al Sant Jordi fue tan intenso, real, emocional, como el primero (en noviembre del 2010), si no más, mucho más.

Gracias al ingenioso diseño a cargo de Moment Factory y la propia banda, nadie se queda con las peores vistas en este concierto de estadio. El escenario no está en un extremo, sino en el centro. Es cuadrado, con cuerdas (al principio) de ring de boxeo, y sobre él cuelgan cuatro grandes pantallas que emiten una mezcla de arte preconcebido con material capturado en tiempo real. La iluminación es dinámica e impactante; en ella juegan un papel importante bolas de espejos dispuestas a uno y otro lado del escenario.

Si combinamos este aparato espectacular con una sucesión de 'hits' casi ostentosa, ejecutada con tanta precisión como palpable entusiasmo, el resultado es un 'blockbuster' pop de primer orden. Cuando creíamos que ya no podían sorprendernos, Arcade Fire dan un (cariñoso) golpe en la mesa, nos recuerdan su grandeza y renuevan nuestra fe en los conciertos de grandes dimensiones.

Maratón de clásicos

Win Butler, Régine Chassagne y su extensa 'troupe' llegaron al ring a través de un pasillo demarcado en el suelo, como púgiles al uso, aunque sin guantes ni casaca. Un maestro de ceremonias listaba virtudes por megafonía y las pantallas ofrecían otros datos importantes, como el peso total del grupo: 952 kilos. Empezaron golpeando fuerte, con el cuádruple nocaut de 'Everything now', la springsteeniana 'Rebellion (Lies)', la carnavalesca 'Here comes the night time' y una sobrecogedora 'No cars go' con focos de luz dibujando una curva hacia el techo con cada "¡hey!". 

Si podían permitirse este despliegue para empezar, es porque les quedaban cartuchos de sobra por quemar. Caso de maravillas del maltratado nuevo disco como 'Electric blue', 'hit' roller disco cantado por Régine Chassagne, o la muy ABBA 'Put your money on me'. También el anterior álbum, 'Reflektor', del 2013, dividió opiniones, pero esta noche sus temas suenan a clásicos: radiante 'It’s never over (Hey Orpheus)', con Régine y Win dialogando con un océano de gente por medio (ella había ido por propio pie hasta las gradas más lejanas); diabólico punk-funk 'Reflektor', con referencia final al 'Temptation' de New Order.

Entre clásico y clásico, al principio del bis se coló un pequeño desliz, 'We don’t deserve love'. ¿Es aburrimiento esto que asoma? No puede ser. Por suerte, la sensación duró poco: todo acabó con una 'Wake up' sorprendente, mano a mano con la telonera Preservation Jazz Hall Band, unos clásicos de Nueva Orleans, donde Butler y Chassagne residen desde hace unos tres años. Mucho color, mucho calor.