Kiko A. Massana: "En la policía bailo con la más fea"

Es un inagotable bailarín de danza irlandesa y, a la vez, un antidisturbios que practica 'judo verbal'. Eso sí que es doble personalidad.

«En la función policial bailo con la más fea»_MEDIA_1

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NÚRIA NAVARRO

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Con permiso del Dr. Henry Jekyll, la doble vida de Kiko A. Massana (Barcelona, 1962) es realmente asombrosa. Es un inagotable bailarín de danza irlandesa –el viernes fue St. Patrick's Day, el día grande– y, a la vez, es miembro de la Unidad de Apoyo Policial de la Guardia Urbana. Une ligereza y gravidez. Creatividad y autoridad. Emoción y temblor.

Difícil ligar su mayonesa. Yo quería ser una estrella de rock. De niño fabriqué una batería con tambores de Dixan y, ya adolescente, toqué en un grupo. Obsesionado con las películas de Fred Astaire y Gene Kelly, a los 16 años, ambos me despertaron también las ganas de bailar.

¿Claqué, como ellos? Claqué americano. Hice un primer curso en el Institut Carme Bernal y en 1984, junto a Lluís y Rafael Méndez, de Camut Band, debuté en el Romea con el musical 'El Duc a Barcelona'un homenaje a Duke Ellington.

Y ya puestos, probó a zapatear a la irlandesa. Hace 18 años vino a Barcelona el espectáculo 'Lord of the Dance'. Quizá por tener ancestros asturianos, la música celta ya me había cautivado y, tras ver el 'show', me dije: "Quiero hacer eso". Había una pequeña comunidad irlandesa en Barcelona que hacía baile social, pero no había maestros ni tradición en Catalunya y comencé a viajar a Irlanda y a Francia para aprender de algunos bailarines de 'Lord of the Dance' y de 'Riverdance', además de hacer mucho trabajo de forma autodidacta.

Hoy dirige compañía y organiza el St. Patrick en Barcelona. Es una figura. No me considero ninguna figura ni soy Michel Flatley. Para eso tendría que haber empezado de niño. Pero lo que hago despierta nuevas vocaciones. La danza irlandesa es casi un deporte y algunos se sorprenden, quizá por mi edad, y me llaman 'el incansable'. Cuando algo te apasiona siempre hay energía, incluso para bailar sin oxígeno y sin que pesen los años.

Insisto. ¿Qué hace alguien como usted en un cuerpo policial? Al principio hice teatro infantil, magia, tocaba en un grupo por discotecas y 'envelats' haciendo pachanga y versiones. Pero me casé –la primera vez de cuatro– y apenas sobrevivíamos. En un arranque humanístico, comencé a estudiar Criminología en la facultad de Derecho de Barcelona y allí conocí a varios policías. Yo les explicaba mi triste vida de saltimbanqui y alguno de ellos me animó a presentarme a oposiciones. Así fue como inicié una carrera de 24 años en la función policial. He pasado por circulación, policía de barrio, unidades nocturnas, escolta de políticos, seguridad ciudadana.

Pero, un bailarín ¿en antidisturbios? En la policía bailo con la más fea, ja, ja. Pero este tipo de unidades son necesarias en algunos casos, para la contención de disturbios graves o actos muy violentos que pueden poner en peligro la seguridad de terceros. Como no se ha patentado aquella forma de control mental que permita pacificar a una masa violenta, estas unidades se ven obligadas a veces a emplear la fuerza para restaurar el orden público. En mi caso, se trata de un destino circunstancial no vocacional.

Son impopulares. Y lo sabe. La función policial hoy está en el punto de mira de la ciudadanía. La gente nos ve como individuos violentos y descerebrados. Aquella frase de "la Policía tortura y asesina" está instalada en el inconsciente colectivo. Incluso nos acusan de comportamiento antidemocrático, de racismo. Es falso. Detrás del uniforme, mayoritariamente, hay personas capaces de empatizar con la reclamación de quien tiene enfrente. Ocurre que en algunos casos, como el desalojo de plaza de Catalunya, quizá se cometieron errores que se podían haber evitado con estrategias distintas a la del 'palo y tentetieso'. Era gente que hacía resistencia pacífica. A la ciudadanía le cuesta aceptar que se disuelva a golpes.

¿Y cuando toca cargar...? ¿Qué pasa por su cabeza?¿Ahora? Siento cierto temor controlado. No por salir herido, sino porque, ante cualquier error, incluso actuando legalmente, tienes que dar muchas explicaciones. Nos han despojado de autoridad, porque cualquier forma de aplicación de autoridad se expone a ser calificada de injusta y antidemocrática. Algunos políticos se equivocan apostando nuevamente por los llamados 'modelos de proximidad'. Los retos de seguridad de una megalópolis como Barcelona requieren de una estructura más especializada, reactiva, altamente tecnificada.

La 'proximidad' tiene una cara más amable. En el ejercicio de la función pública procuro aplicar lo que yo llamo el 'judo verbal'. Un ejemplo: como en el imaginario estamos investidos de prepotencia, si entras a alguien potencialmente violento y le pides permiso para tutearlo, o utilizas con cabeza el sentido del humor, el suflé baja y puedes empezar a dialogar. Disolví a un grupo de alcoholizados tocándoles una canción con su guitarra. Se fueron contentos y dándome las gracias.

Será el 'raro' entre sus compañeros, ¿no? 'El raro', así me llaman. Además no juego a fútbol, y les escribo y recito poesía de vez en cuando. La mayoría sabían que bailaba antes de ingresar en esta profesión. Me toleran, diría, con bastante satisfacción.