CRÍTICA

Andrés Neuman: Asir el aire

Andrés Neuman aborda en esta ambiciosa novela la vida de un japonés desde Hiroshima hasta Fukushima

El escritor argentino radicado en España Andrés Neuman.

El escritor argentino radicado en España Andrés Neuman. / periodico

Ricardo Baixeras

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Sobrevivir a Hiroshima y recibir el impacto de la noticia de la tragedia nuclear de Fukushima unen en un delgado hilo amarillo todas las rupturas anímicas que configuran la existencia del señor Watanabe, el único centro de esta larguísima novela que Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) entrega tras la enormidad que supuso 'El viajero del siglo'.

En Hiroshima Watanabe lo perdió todo: padres, hermanos y la esperanza en el futuro. Se recluye en sí mismo y en internet como sucedáneo de la vida por venir. El 6 de agosto de 1945 el Enola Gay lanzó la bomba atómica y un niño llamado Watanabe ingresó para siempre en una existencia silenciosa, dolorosa y hecha de pequeños gestos. El 11 de marzo de 2011 todos sus fantasmas vuelven a aparecer de la mano de un tsunami implacable. El señor Watanabe piensa en la belleza: “Frente a la hipérbole de los rascacielos piensa en el derrumbe de la belleza, en la desconcertante facilidad con que puede ser destruida.”

Con el tiempo ese niño convertido en hombre sabe que pertenece a una “pequeña congregación de últimos.” Son aquellos que han guardado el dolor de la destrucción colectiva en la intimidad de un pequeño jardín japonés interior y es por eso que “…tiene la impresión de estar materializando una antigua fantasía. Contemplar cómo es la vida cuando no debería quedar nadie. Mirar póstumamente”. Vivirá amores imposibles en París, Nueva York, Buenos Aires y Madrid. Son los episodios en los que Neuman recorre la vida sentimental del personaje, el tiempo interno de los enamoramientos del señor Watanabe jalonado por el tiempo externo de los acontecimientos históricos del siglo XX.

Pero lo mejor del libro no es ese ensamblaje de lo externo amoroso con lo interno doloroso. Lo que hace cruelmente emocionante este texto se configura por todos los momentos en que el señor Watanabe trata de reconstruirse como si fuera una cerámica quebrada por los artesanos del kintsugi que “insertan polvo de oro en cada grieta, subrayando la parte por donde se quebró.” Y muy especialmente el inicio y el final del libro, que son, en su muda sencillez, perfectos en el dolor expresado con exactitud y docilidad. Como los poemas jisei de despedida, poemas de muerte en vida, el señor Watanabe puede proferir: “Un último deseo/ poder asir/ el aire.”