Una bomba que siente

El capitán Harry Parker convierte en una original novela su experiencia en Afganistán, donde perdió las dos piernas

Harry Parker

Harry Parker / periodico

ERNEST ALÓS / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En julio del 2009, el capitán del 4º batallón del regimiento de rifles del Ejército britanico Harry Parker decidió tomar un atajo, en lugar del camino habitual, para regresar a su base tras una patrulla nocturna en Afganistán. Pisó una mina, perdió una de sus piernas por los efectos inmediatos de la explosión, sufrió cinco paradas cardiacas mientras era evacuado por un helicóptero que afortunadamente ya estaba en vuelo a pocos minutos de allí y le acabaron amputando la otra pierna por una infección hospitalaria. “No lo considero en términos de error sino de mala suerte. En combate constantemente estás tomando decisiones, es cuestión de suerte que salgan bien o mal”, explica en un hotel de Madrid, donde nos habla de ‘Anatomía de un soldado’ (Sexto Piso), la novela en la que relata su experiencia (su despliegue, la acción en la que cayó herido, el calvario médico que tuvo que superar y sus esfuerzos para volver a ponerse en pie, con la ayuda de dos piernas ortopédicas) a través de un personaje de ficción, el capitán Tom Barnes (“Tom... no sé por qué, pero todos se llaman Tom”, murmura), no muy distinto de sí mismo.

Cambiar el nombre del protagonista no es la única estrategia que Parker ha tomado para poder contemplar con distancia su historia. Todo el libro está narrado, en breves capítulos, desde el punto de vista de 45 distintos objetos que intervienen en la historia. El torniquete que le salva la vida, su casco, sus botas, su mochila, un dron, el tubo de la respiración asistida, la espora de hongo que infecta su herida, el bolso de su madre, el botón de llamada a las enfermeras, el saco de fertilizante con que se fabrican los explosivos que acabará pisando, la bomba misma, las brillantes zapatillas que se compra el adolescente que ha puesto la mina con el premio en metálico que recibe, la medalla que le imponen, el filo que amputa su pierna...

LOS OBJETOS QUE VEN

“Quería tomar distancia. Explicar los procedimientos médicos, por ejemplo, de una forma clínica”, explica. Es una forma también de encontrar un narrador alternativo cuando el capitán herido está gran parte del tiempo inconsciente, o pendiente “únicamente del dolor que sentía”. Y de poder acercarse a la mentalidad del enemigo, y entenderlo. Aunque también refleja el vínculo directo del soldado con su equipo, un todo que ha de salvarle la vida y que en muchos casos lleva incluso su nombre, o número, escrito. Y también, hasta qué punto, el soldado es también una pieza intercambiable de un gran mecanismo.     

El mismo capitán Barnes es identificado con su número (BA5799), una unidad comunica que tiene una baja de categoría A y otra de categoría B para advertir a la base que tiene un muerto y un herido grave, las minas improvisadas son IED. ¿Por qué tantas siglas en la vida militar, es otra manera de tomar distancia, de deshumanizar lo que sucede? “En parte sí, pero sobre todo es cuestión de economía del lenguaje. En combate, en medio de la confusión, con tiros, hablando por una radio con mala cobertura, has de poder transmitir información de forma eficaz. Aunque también es más difícil tener que decir que Tom ha muerto, por supuesto...”

El orden de los capítulos no es cronológico, aunque sí muy pensado. Y acaba con Barnes/Parker cayéndose mientras corre por un parque con sus piernas nuevas, ensangrentado pero contento. No es un final fácil (“los muñones sudan, e incluso sangran a veces”) el de Parker. Pero sí, dentro de lo que cabe (hizo un relevo con la antorcha de los paralímpicos de Londres y además de la escritura ha vuelto a sus estudios de dibujo tras reintegrarse a la vida civil), feliz.

Parker ha preferido no refugiarse en un empleo de escritorio en el Ejército. Dice que en el Reino Unido se anima a los veteranos mutilados a reintegrarse en la sociedad, a reinvertarse, contando una red de apoyo médico y psicológico que nada tiene que ver con los dramas que sufren los veteranos en otros países. Y su padre, un general que asumió el cargo de segundo al mando de las tropas aliadas en Afganistán cuatro meses después de que su hijo cayese herido, ya está retirado. Por primera vez en más de un siglo, no hay un Parker entre las filas del Ejército de Su Majestad.