Alberto Rodríguez: «Me parece estupenda la palabra comercial»

El cineasta estrena este viernes el fascinante y sobresaliente 'thriller' 'La isla mínima'

Alberto Rodríguez, días atrás en San Sebastián.

Alberto Rodríguez, días atrás en San Sebastián.

OLGA PEREDA / MADRID

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Alberto Rodríguez (Sevilla, 1971) lleva soportando durante semanas la guasa de sus amigos, que le llaman «la más grande». Como si fuera Rocío Jurado. La broma vino a raíz del titular con el que la revista Cinemanía dejaba claro que Rodríguez (7 vírgenesAfterGrupo 7) es el «mejor director español vivo». «Qué exageración», se sonroja el cineasta sin saber dónde meterse y con una humildad que no parece ni mucho menos impostada. Quizá sea una exageración decir que es el mejor director español vivo, pero lo que se puede decir bien claro es que su última película, el fascinante thriller La isla mínima, es sobresaliente. La mejor que ha parido este año la industria española. Ubicada en los años 80, narra cómo dos policías de distintas sensibilidades políticas son enviados desde Madrid a Sevilla para investigar la desaparición de dos jóvenes hermanas en un pueblo de las marismas del Guadalquivir, una durísima zona donde los habitantes sobreviven gracias al cultivo de arroz.

-La isla mínima es, básicamente, un thriller. Pero destila una sutil crítica política al hecho de que la Transición no fue tan bonita como nos contaron.

-Cuando empecé a escribir la película no tenía el trasfondo de la Transición y no me convencía. No me parecía interesante. Entonces un amigo me recomendó dos documentales: Atado y bien atado y No se os puede dejar solos, que los hermanos Cecilia y José Bartolmé realizaron en la Transición. Son bastante diferentes a la historia oficial y reflejan perfectamente la tensión que había en 1980 en España, que finalmente desemboca en el golpe de Estado. 1980 y 2014 se parecen bastante en algunas cosas.

-Isaki Lacuesta, con una comedia que no deja títere con cabeza como Murieron por encima de sus posiblidades, e Iciar Bollaín, con el documental sobre la inmigración de los españoles En tierra extraña, también se han puesto muy políticos y muy críticos este año. Como cineasta, ¿le parece una responsabilidad hacerlo?

-Sí. Me gusta que el cine haga pensar al espectador. Y como ciudadano soy crítico con el momento que vivimos. Me parece bien que las películas se carguen con algún tipo de función. Aunque como primer ejercicio siempre me pongo que el público se entretenga y divierta. La isla mínima es un thriller con el que intento que nadie despegue los ojos de la pantalla en ningún momento. Después, trato de introducir lo que quiero contar o lo que yo me estoy preguntando.

-La crítica política que hay en la película es muy sutil. 

-Cualquiera de las dos lecturas es buena. Quien vea en ella solo un thriller, perfecto. Y quien vaya más allá, también. Habrá algunos espectadores que se queden bastante sorprendidos al descubrir que en España existía una brigada político-social. Gente que no fue castigada, ni ellos ni sus jefes. En este país se dijo hasta aquí, nos callamos la boca y para adelante. Afortunadamente en tantos años de democracia han cambiado muchísimas cosas. La isla mínima La isla mínimase pregunta si nos vale un pacto que hicimos hace 40 años impulsado por unos militares que nos dijeron hasta aquí y punto.

-La película tiene una clara vocación comercial. ¿Le molesta el sentido peyorativo que, hablando de cine, se da a la palabra comercial?

-Me parece estupenda la palabra comercial. Lo mejor que te puede pasar es que tu película la vea mucha gente y la disfrute. Como pasó con Grupo 7, otro thriller que, en el fondo, también era crítico porque hablaba de cómo el sistema, en este casos un grupo de policías, vulneraban la ley y se olvidan de los derechos fundamentales del ciudadano. Todo para cumplir unos determinados fines.

-A veces la taquilla no responde. Como le pasó con After, que era un formidable retrato del desencanto vital de treinteañeros y cuarentañeros.

-Esa película no se vio nada. Hacemos cine para que llegue al público, así que en casos como ese se te queda mal cuerpo, te haces muchas preguntas sobre qué has hecho bien o mal. Sigo teniendo mucho cariño a After, aunque quizá fue demasiado autocomplaciente. Ese fue su pecado. Yo les pongo a mis filmes toda la pasión, después son como los hijos, unos te salen de una manera y otros de otra.

-Todas sus películas se anclan en la realidad. Ya sea en las Tres Mil Viviendas sevillanas (7 Vírgenes), el desencanto de una generación (After) o en una turbia operación policial (Grupo 7).

-Si tuviera que definir mi estilo, ese sería el único punto en común. Visualmente son filmes muy distintos, pero siempre tengo la necesidad de partir de la realidad. En La isla mínima, el personaje de Raúl Arévalo está inspirado en un policía real al que expedientaron por enviar una carta a El País criticando una declaraciones de Milans del Bosch donde decía que necesitábamos un golpe de Estado.

-Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez son dos actores a los que estamos acostumbrados a ver en papeles secundarios o en la tele.

-Yo no sabía quién era Satur (personaje de Gutiérrez en la serie Águila roja). Los dos son actores consolidados que han hecho mucho teatro. No hay riesgo al elegirlos, solo no hay que tener prejuicios.

-¿Es cierto que esta ha sido su película más difícil de rodar?

-Sí, sí. Las marismas del Guadalviquivir son inabarcables, no están hechas para los seres humanos, sino para los mosquitos. Nos pasó de todo. Llovió a cántaros, las mareas cambiaron, tuvimos accidentes de tráfico...

-Ha concursado en la sección oficial de San Sebastián, cuyo palmarés se conoce mañana. ¿Nervioso?

-En absoluto. Estoy contento porque fuimos el día 20 al festival y la película se estrena hoy. Ha sido una buena plataforma para darle visibilidad. Si no hay premio no me voy a deprimir.

-Ahora ya tiene la cabeza en su próxima película, donde contará la oscura vida del espía Paesa.

-La rodaremos el año que viene. Paesa es un personaje que tiene muchísimo que ver con el momento que estamos viviendo. No ha perdido vigencia. Lo de Pujol tiene que ver con esto, esa gran partida que juegan unos tipos ahí arriba y de la que no nos enteramos los ciudadanos. Asaltan la banca cada dos por tres, lo vivimos a diario.