Novela negra en la gris España de los años 50

Luis Roso encara en 'Aguacero' a un policía con camisa azul con cuatro crímenes junto a un pantano en construcción

Luis Roso.

Luis Roso. / periodico

ERNEST ALÓS / BARCELONA

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Desde que Jesús Carrasco triunfó con su revival de Delibes pasado por Cormac McCarty, han seguido su estela escritores noveles que no tienen inconveniente en citar como referentes a novelistas españoles de los años 50, o a situar directamente sus obras en esos momentos de los que solo han tenido conocimiento a través de la lectura o de los recuerdos de sus padres o abuelos. A esta tendencia, arrastrándola hacia el género negro, se suma otro autor de primera novela: Luis Roso (Moraleja, Cáceres, 1988), licenciado en Filología Hispánica, que sitúa su ‘Aguacero’ (Ediciones B) en un imaginario pueblo de la sierra de Madrid a donde se desplaza el inspector Ernesto Trevejo, inspector de la Brigada Criminal, para colaborar con la Guardia Civil del lugar, desbordada por los sucesivos asesinatos de dos guardias civiles, el alcalde de la localidad y su mujer. Aunque los maquis son ya pasado, la colonia de peones que trabajan en la construcción de un pantano, gentes del sur, en su mayor parte con un pasado más bien rojo y al mando de un ingeniero alemán con un pasado más bien sospechoso, dan que pensar a las autoridades del régimen.

Trevejo contará con el auxilio de un cándido número de la Benemérita, Aparecido Gutiérrez, y se complicará la vida con una residente en Las Angustias, casi más que con el caso que debe solucionar, si es que una cosa se puede separar de la otra.

¿Por qué los años 50? Según Roso, los años 40 eran “demasiado oscuros” y en ellos las heridas de la guerra civil serían demasiado inmediatas y evidentes para constituir un misterio que resolver. Los 60, en cambio, ya no le servían, hay demasiadas puertas abiertas hacia el presente. En los años 50, dice, “han pasado 15 o 16 años, es un pasado cercano, las heridas están abiertas, están allí, pero no se habla de ellas, la gente se da la vuelta, mira hacia otro lado y calla”. Esa cronología, además le sirve para encajar a su inspector Trevejo. “Hay la suficiente distancia para que no haya participado de forma activa en la guerra”, explica Roso.

UN POLICÍA FRANQUISTA

Pero al mismo tiempo, estamos aún en unos tiempos en que es posible imaginar un policía como Trevejo, con camisa azul “pero no idiota ni fanático”; sin grandes conflictos ideológicos “ni al parecer un pasado oscuro que quiera ocultar” (no es un Bernie Gunther, avisa Roso); “una persona en la que se puede confiar hasta el punto en que se puede confiar en un policía del régimen en los años 50” pero que “no va a jugarse la carrera profesional por nadie” y que “cuando tiene que utilizar los procedimientos de la policía franquista de la época, los utiliza”.

Es decir, el sopapo al detenido está al orden del día. No se trata, pues, ni de un persona al que odiar de entrada ni de un antihéroe con el que empatizar fácilmente. Con los recovecos necesarios para que no resulte un estereotipo de nada y las sombras imprescindibles para representar un tiempo entre gris oscuro y negro..