Un hito del teatro público catalán

El 'Agost' de Lizaran

La actriz explica cómo prepara cada función del éxito del TNC, que mañana batirá récords

IMMA FERNÁNDEZ
BARCELONA

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«Uff, ¡qué calor!». Anna Lizaran entra al TNC una tarde canicular, como tantas otras. Es Agost en junio. «Un mes más de lo previsto ya no aguantaría, ¡Son cuatro horas cada día! 50 funciones. Ya soy mayor para esta marcha». No lo parece. La actriz se mueve por las entrañas del Teatre Nacional con absoluta ligereza. El papelón de Violet, la matriarca de los Weston, puro nervio y tempestad, la debe haber rejuvenecido. Cumplirá 68 en el mes que da título a la obra de Tracy Letts con la que, bajo la dirección de Sergi Belbel, el TNC ha hecho su agosto. Mañana batirá récords en la historia del teatro público: 70.210 espectadores y mayor número de funciones en la Sala Gran: 86. Se despedirá el 8 de julio tras 104 funciones. Es el éxito de una bofetada a la familia; de una lúcida radiografía de nuestra sociedad, que ha cautivado al mundo.

Seguimos los pasos habituales de Lizaran antes de meterse en la airada piel de Violet. Es capaz de subir corriendo los 26 escalones de su casa. No sabe cuántas veces los sube y baja durante la función. «¡Muchas!». Hay tres plantas y unas escaleras «muy robustas para aguantar bien». Una casa «al estilo Obama». El hogar de una familia de la América profunda.

La escenografía guarda un secreto. En el segundo piso, junto a la cama matrimonial se esconde tras un biombo un minicamerino para la protagonista. El lugar de reposo de la guerrera cuando no anda batallando con sus hijas. Hay una silla, prendas de vestir para cambiarse, abanico, peine, reloj, kleenex, cremas, agua, caramelos y gelocatiles (solo faltan dos, de 35 funciones que llevan este año). No es nada pastillera, al contrario que Violet. Agazapada tras el biombo, mata el tiempo controlando, reloj en mano, a sus hijas. Apunta al minuto las intervenciones de Emma Vilarasau, Rosa Renom y Montse German, y del resto de personajes.

A disposición de los Weston y sus neuras hay diariamente 15 técnicos que se encargan de recoger los platos rotos -literalmente- y tenerlo todo en orden cuando se alza el telón. «Lo dejamos todo hecho un desastre». Cada noche la misma escena. Hay cena sobre las tablas -«el pollo es de los buenos, eh»- y Lizaran se lleva una patita para comérsela en el entreacto y «descargar la mala baba del personaje». Con la patita y un trozo de fruta aguanta el maratón.

PROHIBIDO FUMAR / Lo que lleva peor es el asunto del tabaco. La señora Wert fuma como un carretero y en el teatro está prohibido el tabaco. «Los cigarrillos que vemos en escena son hierbas de pastor. ¡Infectos! Llevan tomillo, romero, ¿paja? No me los puedo tragar y encima me quemo los dedos, mire. Las brasas no se apagan bien. Y huelen a porro».

En el camerino de Lizaran la única que fuma es Marilyn Monroe. Allí está, asomada a la ventana con el pitillo. «Era maravillosa». El mito se repite en otra foto, con el rostro angelical en primer plano. «Qué criatura, qué carita. Y qué desgraciada era, pobre». Además de Marilyn, en ese tiempo de relax y maquillaje, le acompaña la música. Ópera, jazz, clásica... «En lo moderno no estoy muy puesta».

Más que un camerino, la estancia entre bastidores que ocupa Lizaran parece un pisito de los de hoy. O más. «Tiene hasta bañera». Recordemos: es el que se hizo a medida de su propia consideración Josep Maria Flotats, el primer director del teatro público. «Se pasaba todo el día ahí metido», rememora la intérprete, a quien esta semana la Filmoteca catalana dedica una retrospectiva.

En el armario, un par de trajes y unos calcetines antideslizantes para no resbalar. Con ellos y un pijama salta a escena en el primer acto. «Al principio no necesitaría maquillarme pero hay que potenciar los ojos para que el público me vea». El único ritual de Lizaran es perfumarse. «Durante años tuve un aroma para cada obra, ahora ya repito. Este huele a violeta, es de Yves Saint Laurent. Yo siento mucho los olores, los buenos y los malos». Entra Abel Folk (el yerno) y le enseña el pastel del cumpleaños sorpresa para German. «¿Cuántos cumple?». «No sé». «Mejor no preguntarle», razona Folk.

«Hay muy buen rollo en esta compañía. Nos llevamos muy bien, hacemos barbacoas, celebraciones...». Eso sí, ella cuando hay función al día siguiente no sale. «El domingo es mi sábado sabadete. El resto, llego a casa a la una, pero no me acuesto hasta las cuatro. Veo la tele y me pongo a estudiar, ahora estoy con una obra, un homenaje al teatro, que se estrenará en octubre en el TNC. Y luego duermo hasta mediodía».

EL CAMAROTE DE LOS MARX / Antes de transformarse en «la bestia», Lizaran se reúne cada tarde con los actores en el pequeño camerino de Maife Gil (su hermana de ficción). «Nos juntamos para criticar un poco y hacer el cotilla». Aquello es el camarote de los Marx. «Nos lo pasamos muy bien, pero se folla poco», bromea Francesc Lucchetti. «No tenemos tiempo», le contestan al unísono. «Yo sí», replica. Él es el marido de Violet, el patriarca de esta familia tragicómica. A los 10 minutos de función desaparece y nunca más se supo.