150 años con Alicia

Uno de los numerosos autorretratos que captó Lewis Carroll.

Uno de los numerosos autorretratos que captó Lewis Carroll.

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Ciento cincuenta años después de su aparición, que se cumplirá el 4 de julio, 'Alicia en el país de las maravillas' se mantiene en pie como un clásico inagotable. La novela de Lewis Carroll sigue divirtiendo a los niños, y muy especialmente a las niñas, pues fue inventada en concreto para una de ellas, Alice Liddell, la Alicia real. Pero también sigue intrigando a los adultos por sus personajes de frenopático, antecesores del surrealismo y habitantes de nuestras pesadillas, su humor sinsentido y un universo extraño que solo pudo reconocerse en los años 60 del siglo XX con la aparición de las drogas psicodélicas.

Alicia ha suscitado no poca literatura que ha analizado el cuento desde la lógica matemática, del psicoanálisis o la experimentación literaria. Y lo mejor es que ninguna de esas aproximaciones puede llegar a agotar el cuento y tampoco encerrarlo en un único significado. Con su amor por el lenguaje y sus juegos de palabras, Alicia conquistó, junto a muchísimos otros autores, a Nabokov, que lo tradujo a ruso, se apropió de su lado oscuro y trasladó la atracción por las niñas que sentía Lewis Carroll a un Humbert Humbert víctima y verdugo de Lolita. Muy probablemente Joyce no hubiera podido escribir el 'Ulises' si Carroll no hubiera abierto el camino.

Gran Bretaña, y en especial Oxford, donde pasó sus días el tímido y solitario Charles Dodgson -su verdadero nombre-, se están volcado en las celebraciones del aniversario con conferencias, rutas literarias, montajes teatrales y la aparición de nuevos ensayos y ficciones. Uno de ellos será 'The looking glass house', primera novela de Vanessa Tait, bisnieta de Alice Liddell. Tait ha sido una de las invitadas del último festival Kosmópolis, que homenajeó al clásico incluyendo también una conferencia de Alberto Manguel, uno de los más certeros analistas de la obra de Carroll, que ha querido ver en ella la lucha del individuo contra una sociedad opresiva.

Inagotable

«Alicia siempre tiene algo diferente que decir a cada generación, que lo interpreta -dice Tait-. Y el libro lo admite todo, tanto una versión edulcorada de Disney como la de Tim Burton que ha hecho de Alicia una feminista. Hoy, personajes como el gato de Cheshire o la Reina Roja han saltado de sus páginas para instalarse en nuestra vida cotidiana. Muchas de sus ocurrencias son moneda de cambio en nuestras conversaciones. Todo el mundo sabe lo que significa perseguir un conejo blanco».

Periódicamente en los diarios aparecen artículos con nuevas especulaciones sobre las oscuras inclinaciones de Lewis Carroll, huraño diácono -jamás llegó a ordenarse sacerdote- dedicado a las matemáticas y enamorado de las niñas, a las que fotografiaba con poca ropa o sin ella; aunque esa práctica era más normal en el siglo XIX que ahora. Pero ni siquiera para su biógrafo Morton N. Cohen, que ha tenido acceso a la totalidad de sus diarios y lo trata con comprensión y cariño, el personaje de Carroll deja de ser un intrincado amasijo de secretos. Es difícil saber lo que pasaba por la cabeza de este victoriano hermético que jamás se casó y, que vivía atormentado por un impreciso sentimiento de pecado. «Yo creo que era un hombre extraño -dice Tait- que jamás sobrepasó los límites. Uno no puede controlar sus deseos pero sí sus acciones. Nunca podremos saber lo que pasaba por su mente».

A Carroll le gustaban las niñas y a las niñas les gustaba él. Era tartamudo, pero capaz de encandilarlas con divertidas historias. La más famosa de todas ellas nació una «tarde dorada» cuando el diácono invitó a Alice Liddell y sus dos hermanas a un paseo en barca por el río y ellas le pidieron que les contara un cuento. Tres años más tarde, ya como novela y con las célebres ilustraciones de John Tenniel, se convirtió en un éxito inmediato, con lectores tan conspicuos como la reina Victoria, en la que muchos han querido reconocer a la Reina de corazones.

Entre los misterios que rodean a Carroll está la ruptura de este con la familia Liddell un par de años antes de que apareciera Alicia. Tait sostiene que fue la madre la que, advertida de que el escritor se mostraba demasiado afectuoso con su hija, cortó de raíz las relaciones. Para hacer más profundo ese misterio, las páginas del diario de Carroll donde se relataba aquel asunto fueron arrancadas y destruidas por su sobrina.

La niña creció

El caso es que la Alicia real creció prácticamente alejada del que fuera su amigo, con esporádicos encuentros con él y el cruce de algunas cartas. Se casó con un empresario de la alta sociedad, tuvo tres hijos -a uno de ellos lo llamo Caryl que en inglés suena prácticamente igual que Carroll-, supo de su muerte solitaria y cumplidos los 80 años decidió salir de su agujero para protagonizar en Estados Unidos los fastos de homenaje al escritor. «Para aquellos que hablan de abuso, mi bisabuela siempre habló de Carroll con muchísimo afecto y si hubiera pasado algo es dudoso de que hubiera mantenido esos sentimientos», asegura Tait.

Cuando el manirroto de Caryll, abuelo por cierto de Tait, hizo tambalear la fortuna familiar, Alice Liddell decidió poner a subasta su mayor tesoro, el manuscrito de Alicia que Carroll le regaló. Liddell fue una mujer imperiosa que no dudó en liarse a puntapiés bajo la mesa cuando su hijo le trajo a una novia americana que no era de su gusto. «De niña sabía muy bien lo que quería, como Alicia, y de anciana no cambio», asegura su bisnieta.