Artículo publicado el 17 de febrero del 2003

¿Tras la manifestación, qué?

La protesta popular pone más difícil a Aznar el seguidismo a Bush

VICENÇ FISAS

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El pasado sábado, la pregunta que muchas personas nos hacíamos ante la inmensidad de manifestantes contra la guerra, tanto en Barcelona como en España y en muchos lugares del mundo, era qué deberíamos hacer después de semejante éxito de participación. Manifestarse para impedir una guerra absurda era lo primero, el punto de arranque, pero ahora empieza una nueva etapa para administrar este activo ciudadano en favor de una paz más concreta y de carácter universal.

Ha llegado el momento de elaborar una agenda de trabajo, de metas y de compromisos, en las que puedan participar movimientos sociales, ONG, centros académicos, partidos y algunos gobiernos y administraciones. El movimiento internacional por la paz de ahora no es nada ingenuo. Lo demostró en La Haya hace tres años, reuniendo a decenas de miles de personas para reflexionar sobre las estrategias a seguir en esta década, con temas muy específicos, con campañas que persiguen objetivos concretos y mediante redes ya formadas que están dando buenos resultados. Baste recordar las campañas para prohibir las minas antipersona, para controlar el comercio de armas, instaurar el Tribunal Penal Internacional, terminar con el reclutamiento de niños-soldado, controlar los diamantes que financian conflictos armados, prohibir los ensayos nucleares, y otras muchas. Han sido victorias cívicas, porque han surgido de clamores ciudadanos y se han llevado a cabo desde abajo, aunque siempre buscando el mayor número posible de apoyos institucionales para presionar a los centros de decisión política reacios.

La agenda del post 15-F creo que debería prestar mayor atención al desarme, pero no sólo para Irak, sino para todos, sin excepción. Falta mucho por recorrer, ya sea para lograr la más absoluta transparencia en el comercio de armas, para mejorar el Código de Conducta de la UE que regula las transferencias de armamento, para suprimir los arsenales nucleares de unos y otros, para que todos los países firmen los tratados existentes sobre armas químicas y bacteriológicas, para prohibir viejas y nuevas armas de efectos indiscriminados, para terminar con la vergonzosa y millonaria inversión en investigación armamentista y para lograr de nuevo una disminución de los gastos militares.

Esta agenda sobre desarme habría de ir acompañada de actuaciones en el campo de la prevención de los conflictos armados, apoyando y potenciando las diplomacias de paz, prestando mayor atención a los países que entran en una delicada fase de rehabilitación posbélica o actuando sobre determinadas raíces de los conflictos, y en particular sobre dos temas particularmente recurrentes en los conflictos de hoy día: las demandas no resueltas de autogobierno que existen en muchas zonas del planeta y que merecerían el desarrollo de arquitecturas políticas intermedias, y romper con el nefasto vínculo existente entre recursos naturales y guerra.

Esta agenda para la paz no es ni puede ser patrimonio exclusivo de nadie, ni siquiera de los manifestantes. El reto que se plantea en estos momentos es si entre todos seremos capaces de administrar con inteligencia los mensajes de la manifestación. Los partidos deberán llevarlos al Parlamento, pero no sólo para increpar a Aznar en su próxima comparecencia y obligarle a rectificar lo dicho y hecho hasta ahora, sino para incluir los temas antes mencionados en su agenda habitual.

En cuanto al conflicto de Irak, el Gobierno ya no podrá continuar con su posición de intransigencia belicista en el Consejo de Seguridad, porque ha recibido un mandato popular más que claro para dar tiempo y medios a la diplomacia y a las inspecciones. Y no sólo eso: está obligado a impedir que las bases sean utilizadas para la guerra. El gobierno de Aznar tiene el deber de cambiar de rumbo, como así deberán hacerlo Blair y Berlusconi, pues sus opiniones públicas han ejercido soberanamente su derecho a tener la palabra y han exigido otra cosa.

Después del 15-F, la guerra parece más evitable que nunca gracias a los millones de voces que se han alzado contra el absurdo, la precipitación, el cinismo y el doble rasero. Una pancarta recordaba el otro día que Estados Unidos lanzó en Vietnam del Sur un total de 72 millones de litros de herbicidas (armamento químico), amén de realizar 1.032 explosiones nucleares desde 1945. Ése es el cinismo contra el que se ha rebe lado e l sent ido común popular y que gobiernos y Consejo de Seguridad deberán tener en cuenta para tomar más en serio el desarme y convertirlo en un objetivo universal.

A nivel más local, la manifestación popular es igualmente un mensaje hacia nuestras instituciones y administraciones, para que multipliquen todos sus compromisos con la construcción de la paz, y la mejor manera de hacerlo es convirtiendo nuestras ciudades, nuestras universidades y nuestro territorio es espacios de diálogo, análisis, propuestas y encuentros.

Trabajar por un mundo sin guerras no es ni una tontería, ni un infantilismo, ni una quimera. Es un proyecto social, una estrategia política y un compromiso colectivo, porque la guerra no es más que un fenómeno social, no una fatalidad biológica. La guerra es un invento humano y una forma estúpida de tratar los conflictos. Toca inventar la paz y desaprender la guerra, y en el milenio que hemos iniciado hay que plantearse cómo aborrecerla, ridiculizarla y hacerla absurda, para abolirla.

Para que esto sea posible algún día, sin embargo, hay que sentar las bases para tratar los conflictos de otra manera y dotarse de una infraestructura de paz para dar respuestas efectivas. Creo que los millones de personas que salimos a las calles podemos compartir un proyecto común, porque ya no es tiempo de soñar, sino de hacer realidad los sueños.