Noticia publicada el 16 de febrero del 2003

La fiesta de la diversidad

PASSEIG DE GRÀCIA - DIAGONAL

PASSEIG DE GRÀCIA - DIAGONAL

OLGA MERINO / Barcelona

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El paisaje del Eixample, ese ajedrez de calles idénticas diseñado desde el racionalismo burgués, sucumbió a los efectos de una revolución.

La pulcra cuadrícula de Ildefons Cerdà reventó ayer por las costuras; se desbordó. Cuentan los cronistas de la ciudad que a finales del siglo XIX el paseo de Gràcia era el centro social por excelencia de las familias pudientes, que deambulaban arriba y abajo los días festivos para ver y ser vistas y para empaparse de los últimos cotilleos. Y quizá la gran arteria barcelonesa no haya perdido nunca esa pátina de sombrero, camisa almidonada y canelones en familia el domingo a mediodía. Ayer, sin embargo, el tópico saltó por los aires: la manifestación contra la guerra fue la fiesta de la diversidad.

La convocatoria arrasó con todas las fronteras físicas y mentales. Salieron a la calle los gays con sus banderas del arco iris, yayas de misa y vermut, ombligos adolescentes con piercing y tatuaje, enlaces sindicales, señores con faria y trenka que hicieron la digestión apretujados, parejas con niño y cochecito, familias completas de hindús --ellas con sari, las pobrecitas, a pesar del frío--, independentistas con la estelada a modo de capa de Supermán y obreros de la construcción, a decir de la destreza con que se encaramaban a los andamios de la campaña Posa't guapa para avistar la marea humana que en vano intentaba descender por el paseo de Gràcia.

La 'mani' de la Coca-cola

Era tal la variedad de los concentrados que aquello parecía, con perdón, la mani de la Coca-cola: para los soñadores, para los que fuman porros, para los bolivarianos, para los divorciados, para los nostálgicos (ondearon enseñas republicanas con la franja morada). Para los pakis, para los que se pintan el pelo, para los utópicos, para los castristas, para los que tocan el tambor, para los previsores ("Yo he comprado un pan de payés de kilo cortado para que cenemos en casa, por si pasa algo", se oyó decir a una señora de mediana edad). Para los que pagan hipoteca, para los funcionarios, para los inválidos, para los bromistas ("A ver, de todos los que estamos aquí, que levante la mano el que haya votado al PP", gritó un joven en uno de los momentos de mayor densidad humana por metro cuadrado). La marabunta también cogió desprevenido a algún despistado: una mamá con mechas y su hija miraban vestidos de novia en una de las tiendas más glamourosas del paseo (vaya tarde fueron a escoger para los preparativos de boda).

A poco que uno pudiera estirar el cuello sin romperse las cervicales y divisar a su alrededor, sorprendía el ingenio desplegado en la manufactura de pancartas caseras. La gente --se notaba-- le puso ilusión a la cosa: desfiló un tanque hecho con cajas de embalar que en lugar de metralla disparaba confeti. Los niños habían recortado palomas de la paz en la clase de manualidades. Un hombre se había pegado un adhesivo en la calva. Bush, si quieres petróleo, vete a Galicia, rezaba una pancarta. Otra, recordando las melodías prefabricadas de Operación Triunfo, rema- chaba: Aznar, a tu lado no me siento seguro. Un magrebí llevaba una sá- bana con una consigna que parecía escrita con auténtica sangre: " Qué va! Lo escrebí con tinta de los sapatos".

Hubo entre los apiñados ganas de buen rollo, de hacerlo bien, de respetar a los ancianos y a las madres con criaturas, aunque en la encrucijada de paseo de Gràcia con Aragó la sensación de agobio y las apreturas se elevaron al cubo ("Ai, Pep, que em marejo"), de suerte que era un milagro no pensar en el entierro de Stalin, en el que, glups, murieron aplastadas centenares de personas porque al KGB se le ocurrió la magnífica idea de prohibir el tránsito por algunas calles del centro de Moscú.

Un helicóptero sobrevolaba la avalancha de sardinas humanas que trataban de avanzar, y a su paso levantaba una salva de pitidos y manos con dedos obscenos. A una simpática porteña se la oyó decir: "Che, a mí el ruido de los helicópteros se me quedó grabado desde el 76, cuando sacaron a Isabelita por el tejado de la Casa Rosada".

Abuelos en el balcón

Los días laborables, la zona de Tetuan suele ser una estampa de ancianos sentados en los bancos o en cochecitos de ruedas que empujan ecuatorianos. El barrio está lleno de jubilados que viven solos, con cuidadores o en residencias. Ayer, los abuelos del centro Com a Casa, en plena Gran Via, habían salido al balcón del entresuelo para contemplar la riada humana. Sonreían, saludaban con la mano, y habían escrito sus eslóganes en cuartillas. Uno de ellos llevaba corbata, como en los días solemnes. Una imagen enternecedora para una jornada en la que fue posible reconciliarse con la especie humana.