artículo publicado el 16 de febrero del 2003

Contra la gran mentira

Los manifestantes de ayer rechazaron el orden mundial de los más fuertes

FRANCESC DE CARRERAS

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Estaba previsto que la manifestación contra la guerra en Barcelona fuera la más numerosa y masiva de la historia de la ciudad. Pero la realidad desbordó todas las previsiones. El paseo de Gràcia y la Gran Via, las más amplias avenidas de la ciudad, quedaron desbordadas por la gran riada humana que acudió para hacer oír su voz.

Era una multitud que se manifestaba contra la guerra, contra una guerra geográficamente lejana, en la que no peligraban las vidas de los manifestantes, ni las de sus parientes y amigos. Era, por tanto, una multitud solidaria, idealista si se quiere, dispuesta a decir al Gobierno español que dejara de dar apoyo, por lo menos en su nombre, a la terrible matanza que su aliado Estados Unidos está proyectando contra el pueblo de Irak. Con algunos amigos recordamos ayer la manifestación contra la guerra del Golfo de 1991. Algunos pocos millares de personas en la plaza de Catalunya, en la que todos cabíamos y aún sobraba espacio. El motivo de fondo era el mismo: el control de las fuentes energéticas mundiales. Pero desde entonces muchas cosas han cambiado en el mundo.

En primer lugar, la naturaleza de las guerras. La guerra del Golfo inauguró, precisamente, un nuevo tipo de armas sofisticadas en las que sólo mueren los de un bando, predeterminado de antemano. Quien posee estas armas, sin arriesgar casi nada, puede, poco a poco, acabar dominando el mundo. Después han seguido, con una tecnología cada vez más refinada y mortífera, las guerras de Kosovo y Afganistán. Más que guerras en el sentido clásico de la palabra se ha

tratado de ejecuciones, de fusilamientos dictados por un tribunal de parte. La conciencia mundial comienza a no aceptarlas.

Por otro lado, contrariamente a lo que dice la propaganda oficial de los vencedores, no se trata de guerras de liberación de nada, sino de simple sumisión a los dictados del más fuerte. Cuando ahora se alega que una guerra contra Irak puede traer la democracia a aquel país debemos recordar que lo mismo se dijo de Kuwait y, que se sepa, allí sigue la dictadura política y social de siempre, apoyada por la fuerza económica y militar de quienes alardeaban de su misión liberadora.

Pocas noticias aparecen en los periódicos sobre Kosovo: pero lo cierto es que provocó la limpieza étnica de la mayoría de serbios, que sólo en un 1% han regresado a su país, actualmente controlado por mafias que trafican con todo lo internacionalmente prohibido. Sobre Afganistán sabemos algo más: que siguen mandando los que gobernaban brutalmente antes de los talibanes y que el cultivo del opio ¿prohibido por éstos¿ vuelve a ser un floreciente negocio.

En definitiva, lo que se comprueba es que tras la caída del bloque soviético las guerras aumentan y ninguna soluciona los graves problemas mundiales, los problemas de verdad que pueden resumirse en un enunciado simple y conocido: los ricos son más ricos y los pobres más pobres. En este mundo desordenado, EEUU se ha convertido en el poder hegemónico indiscutido que, desde hace dos años, está en manos de la extrema derecha de su partido conservador, el partido republicano, el cual, especialmente desde el 11-S, está lanzado a una cruzada mundial que desprecia y pretende destruir las precarias reglas de un derecho internacional que, aunque imperfecto, representaba un cierto freno a los desmanes de los poderosos.

Frente a ello, millones de personas en el mundo occidental ¿incluido Estados Unidos, por supuesto¿ han comenzado a cobrar conciencia de que, si seguimos por este camino, a esta guerra seguirán otras y otras, todas ellas inútiles para la paz y la justicia, todas útiles para el creciente dominio de los más fuertes. El movimiento mal llamado de antiglobalización es la punta de lanza de este estado de ánimo, de este creciente convencimiento de que el mundo no puede seguir así. Hemos ido perfeccionando la democracia y el Estado de derecho en los países occidentales, pero la situación mundial ¿gobernada por los mercados financieros y los intereses armamentísticos, fuerzas todas ellas sin control democrático alguno¿ es la menos parecida a una sociedad regida por los principios de libertad e igualdad que inspiran a los sistemas estatales. Hacemos guerras por intereses, no por los bellos y admirables principios morales que tan orgullosamente proclamamos.

En definitiva, la gente sale a la calle a manifestarse de forma tan masiva porque está harta de mentiras o, mejor dicho, porque comienza a descubrir la gran mentira, la gran impostura sobre la cual se sustenta nuestra sociedad. Queremos una

sociedad de personas libres e iguales en Catalunya, en España y en Europa. Pero no a costa de la miseria, el hambre y la explotación de cuatro quintas partes del mundo. Y sabemos que ello es difícil pero posible.

La manifestación de ayer no fue sólo por la paz interpretada en el sentido de no a la guerra. Fue también una manifestación contra la injusticia de la situación mundial, un grito contra la hipocresía de quienes nos quieren engañar no

sólo con algunas mentiras sino con la gran mentira en que se basa la política internacional dirigida por los estados occidentales.

Los manifestantes de ayer en todo el mundo quisieron proclamar que el orden mundial impuesto por los más fuertes no es el único posible y que tenemos al alcance otro mundo en el que la razón humana se imponga a la violencia conservadora de quienes no admiten cambio alguno. Algo parecido debieron de intuir los revolucionarios franceses que asaltaron la Bastilla, los rusos que desalojaron el palacio de invierno de los zares y tantos otros. La historia es lenta pero inexorable. Ayer se dio un paso, un pequeño paso, para arreglar, en la buena dirección, el mundo.